Eusebio de Cesarea
Libro 3
I 1. Así, pues, se hallaban los judíos cuando los santos apóstoles de nuestro Salvador y los discípulos fueron esparcidos por toda la tierra. Tomás, según sostiene la tradición, recibió Partia; Andrés, Escitia, y Juan, Asia, y allí vivió hasta morir en Éfeso.
2. Pedro parece que predicó en el Ponto, en Galacia, en Bitinia, en Capadocia y en Asia a los judíos en la dispersión y, finalmente, cuando llegó a Roma, fue crucificado invertido, como él mismo había creído conveniente padecer.
3. ¿Qué diremos de Pablo, el cual, partiendo de Jerusalén y hasta el Ilírico, llevó a término el evangelio de Cristo y al final fue martirizado en Roma durante el reinado de Nerón? Estos detalles los cuenta Orígenes literalmente en el tomo III de sus Comentarios al Génesis.
II 1.Lino fue el primero en ser elegido para el episcopado de la iglesia de Roma después del martirio de Pablo y de Pedro. Esto lo recuerda Pablo al escribir a Timoteo desde Roma, en la salutación al final de la espístola.
III 1. Sólo se reconoce una Epístola de Pedro. Ésta la usaban los antiguos ancianos como irrefutable en sus propias obras, pero la que llaman Segunda Epístola no ha sido aceptada como testamentaria. No obstante, ya que muchos la han considerado útil, ha sido respetada junto con las otras Escrituras.
2. Referente a los Hechos que llevan su nombre, al Evangelio llamado con su nombre, a la predicación que dice ser suya y al escrito que llaman Apocalipsis, nos consta que no aparece en absoluto en los escritos apostólicos, porque ningún escritor eclesiástico, antiguo o contemporáneo, se ha servido jamás de testimonios procedentes de ellos.
3. Más adelante en esta historia haré a propósito que, con las sucesiones, se muestren también los escritos eclesiásticos que en cada época utilizaron los libros que se han discutido, cuáles usaron y qué dicen con relación a los libros testamentarios admitidos y acerca de los que no lo son.
4. No obstante, las obras que se llaman de Pedro, de las que sólo una epístola se conoce como auténtica y admitida entre los antiguos ancianos, son las ya mencionadas.
5. Pero las catorce Epístolas son claras y evidentemente de Pablo, aunque no sería justo olvidar que algunos no han aceptado la Epístola a los Hebreos arguyendo que la iglesia de Roma niega que sea de Pablo. En el momento conveniente explicaré lo que comentaron acerca de esta epístola los autores anteriores a nosotros. De ningún modo he recibido entre los discutidos a los Hechos que dicen ser de él.
6. Ya que el mismo apóstol, en su salutación final de la Epístola a los Romanos, hace mención, junto con otros, de Hermas (de quien, según dicen, es el libro del Pastor),es preciso ser consciente de que mientras unos lo rechazan y por su causa no lo incluye entre los aceptados, otros lo han considerado en extremo necesario, muy especialmente para aquellos que necesitan una introducción inicial. Por ello, nos consta que se ha utilizado públicamente en las iglesias y entendemos que ya lo usaron los más antiguos escritores.
7. Todo esto sea suficiente a modo de exposición de las Escrituras de Dios indiscutidas de las que no todos aceptan.
IV 1. Ciertamente, que Pablo predicó a los gentiles y estableció los fundamentos de las iglesias, desde Jerusalén avanzando hasta el Ilírico, es evidente por sus propias palabras y por lo que relata Lucas en los Hechos.
2. De lo que dice Pedro en su Epístola (la que ya mencionamos y que es aceptada) que escribe a los hebreos de la dispersión en el Ponto, en Galacia, en Capadocia, en Asia y en Bitinia, se aprecia con plena certidumbre en qué regiones predicó él mismo a Cristo y dio a conocer la Palabra del Nuevo Testamento a los de la circuncisión.
3. Pero no es fácil dar el número y el nombre de los convertidos en hombres esforzados y sinceros que fueron estimados como capacitados para apacentar las iglesias que fundaron los apóstoles, si no es por lo que se recoge de las palabras de Pablo.
4. De hecho hubo muchísimos colaboradores suyos y, como él mismo los llama, compañeros de milicia. A los más de ellos los tiene por dignos de recuerdos indestructibles, incluyendo extensamente su testimonio en su propia Epístola; y, además, también Lucas en los Hechos enumera los discípulos de Pablo, indicando su nombre.
5. Así pues, explica que Timoteo fue el primer escogido para el episcopado de la religión en Éfeso, y que Tito lo fue en las iglesias de Creta.
6. Lucas, procedente de una familia de Antioquía, y siendo médico, acompañó a Pablo la mayor parte del tiempo. No obstante, su contacto con los restantes apóstoles no fue accidental; de ellos asimiló la terapéutica de las almas, de la que nos ha transmitido algunas muestras en los libros divinamente inspirados: en el Evangelio, del cual da testimonio que lo compuso de acuerdo con lo que le entregaron los que desde el principio presenciaron los hechos y se convirtieron en servidores de la Palabra, y a todos ellos dice que siguió atentamente desde el primer momento; y en los Hechos de los Apóstoles, que redactó, ya no siguiendo de oídas, sino con los detalles que recogió con sus propios ojos.
7. Además, se dice que habitualmente Pablo mencionaba este Evangelio como si fuera suyo propio cada vez que escribía: «conforme a mi Evangelio».
8. De los demás seguidores de Pablo, hay testimonios de que Crescente fue enviado por él a las Galias, y Lino, el que menciona que está con él en Roma en la Segunda Epístola a Timoteo, vimos claramente que fue el primero en recibir el episcopado de la iglesia en Roma después de Pedro.
9. Pero Pablo también da testimonio de que Clemente (el cual, a su vez, fue establecido tercer obispo de la iglesia de Roma) fue su colaborador y compañero de combate.
10. A todo esto cabe añadir aquel areopagita llamado Dionisio, del cual Lucas escribió en los Hechos, que fue el primer creyente después del discurso de Pablo a los atenienses en el Areópago. Además, otro antiguo Dionisio, pastor de la región de Corinto, dice que este areopagita fue el primer obispo de Atenas.
11. Ahora bien, ya iremos mencionando a su tiempo todo lo concerniente a la sucesión de los apóstoles según avancemos en el camino. Ahora sigamos el curso de la narración.
Acerca de los últimos tormentos de los judíos después de Cristo
V 1. Tras ostentar Nerón el poder durante trece años, y habiendo tenido lugar los reinados de Galba y de Otón en el espacio de un año y seis meses, Vespasiano, que había sido notable en los ataques a los judíos, fue designado emperador en Judea una vez que se le nombró públicamente como jefe supremo del ejército que le había acompañado a aquel lugar. Inmediatamente salió para Roma y confió la guerra contra los judíos en manos de su hijo Tito.
2. Ahora bien, los judíos, después de la ascensión de nuestro Salvador, culminaron su crimen contra él con la concepción de innumerables maquinaciones contra sus apóstoles. El primero fue Esteban, al cual aniquilaron con piedras; luego Jacobo, hijo de Zebedeo y hermano de Juan, que fue decapitado; y finalmente Jacobo, el que fue escogido en primer lugar para el trono episcopal de Jerusalén, después de la Ascensión de nuestro Salvador, y que murió del modo mencionado. Todos los demás apóstoles fueron amenazados de muerte con innumerables maquinaciones, y fueron expulsados de Judea y se dirigieron a todas las naciones para la enseñanza del mensaje con el poder de Cristo, que les había dicho: «Id, y haced discípulos a todas las naciones».
3. Además de éstos, también el pueblo de la iglesia de Jerusalén recibió el mandato de cambiar de ciudad antes de la guerra y de vivir en otra ciudad de Perea (la que llaman Pella), por un cráculo transmitido por revelación a los notables de aquel lugar. Así pues, habiendo emigrado a ella desde Jerusalén los que creían en Cristo, como si los hombres santos hubiesen dejado enteramente la metrópoli real de los judíos y toda Judea, la justicia de Dios vino sobre los judíos por el ultraje al que sometieron a Cristo y a sus apóstoles, e hizo desaparecer totalmente de entre los hombres aquella generación impía.
4. En los relatos que escribió Josefo se describen con toda exactitud los males que en ese momento sobrevinieron a todo el pueblo judío en todo lugar; cómo principalmente los habitantes de Judea fueron agobiados hasta el extremo de las desgracias; cuántos miles de jóvenes y de mujeres, juntamente con sus niños, cayeron a espada, por hambre y por muchos otros tipos de muerte; cuántos y cuáles ciudades de Judea fueron sitiadas; cuán grandes desgracias, y más que desgracias, presenciaron los que fueron en su huida a Jerusalén, ya que era la metrópoli más fuerte; el desarrolllo de la guerra y lo que tuvo lugar en ella en cada momento; y, finalmente, cómo la abominación desoladora que proclamaron los profetas se asentó en el mismo templo de Dios, en gran manera notable antiguamente; y entonces sufrió todo tipo de destrucción hasta su desaparición final por el fuego.
5. Merece la pena señalar que el mismo autor afinuia que los que, procedentes de toda Judea, se apiñaron en los días de la fiesta de la Pascua, en Jerusalén, como en una prisión, usando sus propias palabras, fueron alrededor de tres millones.
6. Era preciso, pues, en los mismos días en los que habían llevados cabo la Pasión del Cristo de Dios, bienhechor y Salvador de todos, que, como encerrados en una prisión, recibieran el azote que les daba alcance viniendo de la justicia Divina.
7. Así pues, dejando aparte los acontecimientos que les sobrevinieron y cuántas veces fueron entregados a espada o de diversos modos, sólo me ha parecido oportuno mostrar las desgracias originadas por el hombre, a fin de que los que obtengan este escrito vean, parcialmente, cómo les daba alcance al poco tiempo el castigo procedente de Dios por causa de su crimen cometido en contra del Cristo de Dios.
VI 1. Toma, pues, entre tus manos el libro V de de las Guerras de los judíos de Josefo y lee la tragedia que sucedió entonces: «Para los ricos, quedarse significaba la perdición, pues con la excusa de deserción mataban a cualquiera por causa de sus bienes. Con el hambre crecía también la demencia de los rebeldes y cada día ambas se enardecían terriblemente.
2. »El trigo no era visible en lugar alguno, pero ellos se lanzaban dentro de las casas y las registraban. Cuando lo encontraban los maltrataban por haber negado, pero si no lo hallaban, los atormentaban por haberlo escondido con tanta precaución. La evidencia de tener o no tener eran los cuerpos de los desafortunados: los que todavía se mantenían en pie daban la impresión de poseer gran cantidad de alimentos; sin embargo, los que ya estaban consumidos, los dejaban, pues creían que no era lógico matar a los que estaban a punto de morirse de necesidad.
3. »Muchos cambiaban furtivamente sus posesiones por una medida de trigo, los más ricos; o de cebada, los más pobres. Luego, encerrándose en lo más recondito de sus casas, y debido al escozor de la necesidad, algunos comían el grano crudo y otros lo cocían a medida que lo requería la necesidad y el temor. Tampoco se ponía la mesa.
4. »Pues sacando del fuego los alimentos aún crudos, se los tragaban. La comida era miserable ala visión conmovedora; los más fuertes abusando, los más débiles quejándose.
5. »El hambre supera todo sufrimiento, pero nada destruye tanto como el honor, pues aquello que de otro modo se aceptaría como digno de consideración, en esta situación se menosprecia. Las mujeres por ejemplo, quitaban la comida de la boca de sus maridos, los hijos de la de los pobres, y lo más deplorable, las madres de Las de sus niñitos, y a pesar de que los seres más queridos se iban acabando entre sus manos, ningún tropiezo existía para llevar las últimas gotas de vida.
6. »Y aunque comían de este modo, no pasaban desapercibidos y los rebeldes en todo lugar se cansaban sobre estas presas. En el momento que observaban una casa cerrada, era indicio de que los que se hallaban en el interior estaban provistos de alimentos, y en seguida, cargándose las puertas, arremetían hacia dentro, y únicamente les quedaba aferrarse a las gargantas para sacarles el bocado.
7. »Azotaban a los ancianos que retenían los alimentos, y a las mujeres que ocultaban entre sus manos lo que les quedaba, les arrancaban la cabellera. No existía la compasión ni para los ancianos ni para los niños, sino que, alzando a los niños que no soltaban su bocado, los lanzaban contra el suelo. Pero aun eran mas inhumanos con aquellos que anticipaban su llegada y se habían tragado lo que ellos les iban a arrebatar, pues se consideraban agraviados.
8. »Ideaban terribles métodos de tortura para encontrar los alimentos. Cerraban la uretra de los desafortunados con granos de legumbres y les atravesaban el recto con palos afilados. Se sufrían tormentos aterradores para el oído simplemente hasta conseguir la confesión de un solo pan o para revelar un solo puñado de harina.
9. »Pero los torturadores no sufrían el hambre (pues su crueldad sería menor si se encontraban en necesidad), porque practicando su demencia iban procurándose de antemano provisiones para los días que tenían que llegar.
10. »Iban al encuentro de los que durante la noche salían arrastrándose hasta la avanzada romana para reunir legumbres silvestres y hierbas. Y cuando ya creían que habían burlado a los enemigos, entonces les arrebataban lo que llevaban, y por mucho que suplicaran invocando por el sagrado nombre de Dios para que les dieran alguna porción de lo que habían traído, estando en tan grande peligro, ni así se lo daban, y podían contentarse si no parecían además de ser despojados».
11. Además de otros detalles, añade lo siguiente: «A los judíos les truncaron, junto con las salidas, toda esperanza de salvación, y el hambre, descendiendo por cada casa y en cada familia, consumía al pueblo. Las estancias se llenaban de mujeres y de niños de pecho que habían perecido, y los callejones de ancianos muertos.
12. »Los niños y los jóvenes, hinchados como sombras, pasaban por las plazas y caían donde les sobrevenía el dolor. Los enfermos eran incapaces de sepultar a sus familiares, y los que podían se negaban por la gran cantidad de cadáveres y su propio destino dudoso. Muchos, pues, caían sin vida al lado de los que acababan de enterrar, mientras que otros muchos se dirigían a sus sepulcros antes que la necesidad lo prescribiera.
13. »En todas estas desgracias no había canto fúnebre ni lamento. En su lugar, el hambre censuraba al sufrimiento, y los que morían observaban con ojos secos a los que les habían precedido en la muerte. Un profundo silencio y una noche colmada de muerte encerraba la ciudad.
14. »Pero lo más terrible eran los ladrones. Pues, entrando en las casas, a modo de saqueadores de tumbas, despojaban a los cadáveres y, tras retirar las cubiertas de los cuerpos, salían riéndose. También probaban el filo de sus espadas con los cadáveres y, con su prueba del hierro, atravesaron a algunos que, aunque habían caído, estaban vivos.
»No obstante, si alguien les suplicaba que hicieran uso de sus espadas y de su fuerza en él, lo abandonaban al hambre, ignorándole. Y todos los que expiraban fijaban su mirada en el templo dejando vivos a los rebeldes.
15. »Los propios rebeldes primero ordenaban sepultar a los muertos, a cargo del tesoro público, porque no aguantaban el hedor. Pero, posteriormente, cuando ya no se daba abasto, los lanzaban por encima de las murallas a los precipicios. Tito, cuando los vio llenos de cadáveres y el espeso líquido que fluía de los cuerpos en putrefacción, se lamentó, y alzadas sus manos tomó a Dios por testigo de que no era obra suya.»
16. Al cabo de otras cosas acaba diciendo: «No podría retenerme de mencionar lo que me indican mis sentimientos. Es mi opinión que si los romanos se hubieran retardado en su ataque contra los ofensores, una sima hubiera abatido la ciudad, o hubiera sido inundada, o los rayos de Sodoma le hubieran dado alcance, porque esa generación era mucho más impía de lo que fueron los que llevaron estos castigos. De este modo, por causa de la demencia de ellos, todo el pueblo pereció con ellos.»
17. En el libro VI también escribe como sigue: «De los que murieron por el hambre en la ciudad el número era ilimitado, y los sufrimientos que tuvieron lugar, indescriptibles. En toda casa, si en algún lugar se vislumbraba una mera sombra de comida, se entablaba una guerra y llegaban a las manos los que más se querían, con el fin de arrancarse el misersable recurso de vida. La necesidad no tenía confianza ni siquiera en los moribundos.
18. »Los ladrones inspeccionaban también a los que estaban por morirse, por si se diera el caso de que mantenían algún alimento escondido entre los pliegues de su vestido pretendiendo estar muertos. Algunos, boquiabiertos por la falta de alimento, semejantes a perros rabiosos, iban tropezando y, desencajados, arremetían contra las puertas a modo de borrachos y, en su debilidad, penetraban en las mismas casas dos y hasta tres veces en una hora.
19. »Por la indigencia se ponían cualquier cosa en la boca, y si lograban reunir algo indigno, incluso para los animales irracionales más inmundos, se lo llevaban para comérselo. De este modo, al final ya no se retenían ante sus cinturones ni zapatos, y sacando las pieles de sus escudos, las devoraban. Algunos se alimentaban también con pedazos de hierba vieja, mientras que otros, recogiendo fibras de plantas, vendían una ínfima parte por cuatro dracmas áticos.
20. » ¿Y qué diremos de la desvergüenza de la gente desalentada por el hambre? Porque estoy a punto de poner de manifiesto unos actos que no se hallan registrados ni entre los griegos ni entre los bárbaros, escalofriantes para contarlos e increíbles para escucharlos. Por mi parte, para que no considerasen que estoy inventando para el futuro, con mucho gusto ignoraría tal desgracia si no se diera el caso de que dispongo de innumerables testigos contemporáneos. Y, por otro lado, concedería a mi patria un favor estéril si dejara en silencio sus sufrimientos reales.
21. »Así pues, una mujer residente en el otro lado del Jordán, de nombre María, hija de Eleazar, de la aldea de Batezor (que quiere decir «casa de Hisopo»), distinguida por su familia y su riqueza, se refugió en Jerusalén con la restante multitud y con ellos sufría el asedio.
22. »Los tiranos le robaron todas las otras posesiones que ella había aprovisionado y transportado desde Perea hasta la ciudad. El resto de sus bienes y algo de comida que vieron los hombres armados que entraba cada día, se lo fueron quitando. La indignación de aquella mujer era terrible, y a menudo vituperaba y maldecía a los bandidos con el único resultado de excitarlos contra su persona.
23. »Y como fuere que nadie la mataba (exasperados o compadecidos), y fatigada de buscar alimentos para otros, pues de todos modos ya era imposible buscar, oprimiéndole el hambre las entrañas y la médula y más enfurecida que hambrienta, se hizo de la ira y de la necesidad como consejeros, apresuró contra la naturaleza y, agarrando a su hijo de pecho, dijo:
24. »"¡Desventurada criatura! En la guerra, en el hambre y en la revuelta, ¿para quién te cuidaré? Si llegamos a parar vivos en las manos de los romanos, la esclavitud. Pero el hambre llega antes que la esclavitud y los rebeldes son más terribles que ambas opciones. ¡Venga, pues! Sé mi alimento, la maldición de los rebeldes y un mito para el mundo; ¡lo único que faltaba a la desgracia de los judíos!"
25. »Mientras decía esto mató a su hijo. Luego lo asó y se comió una mitad, pero el resto lo ocultó. Al punto acudieron los rebeldes y notaron el hedor del malvado sacrificio, la amenazaron con degollarla inmediatamente sino les indicaba lo que había preparado. Ella, respondiéndoles que para ellos guardaba una bella porción, les descubrió lo que había quedado de su hijo.
26. »Un escalofrío y un gran estupor se apoderó de ellos en aquel mismo momento y se quedaron clavados ante aquella visión. Pero ella les dijo: "Es mi hijo, mi obra. Comed, pues yo también me he alimentado. No seáis más débiles que una mujer ni más compasivos que una madre. Pero si vosotros sois piadosos y no aceptáis mi sacrificio, yo ya comí en vuestro lugar, el resto quede también para mí."
27. »Después de estos acontecimientos, ellos salieron temblando; fue la única vez que tuvieron miedo y que, de mala gana, dejaron para la madre semejante alimento. Inmediatamente, la ciudad fue llena de repugnancia y cada cual se estremecía cuando se imaginaban como suyo aquel crimen.
28. »Los hambrientos tenían deseo de morirse y celebraban a los que se habían anticipado en la muerte, antes de oír y presenciar tan grandes males.»
VII 1. Éste fue el castigo que recibieron los judíos por su delito y su impiedad para con el Cristo de Dios. Pero merece la pena afladir la verdadera profecía de nuestro Salvador, con la que manifestaba los mismos acontecimientos, cuando profetizaba como sigue: «Mas ¡ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días! Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de reposo; porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá.»
2. Sumando el número de todos los muertos, dice el mismo escritor que por el hambre y por la espada cayeron un millón cien mil personas, y el resto de rebeldes y de ladrones, denunciándose unos a otros tras ser tomada la ciudad, fueron ejecutados; los jóvenes más altos y notables por su belleza corporal los guardaban para la ceremonia del «triunfo», y del resto de la multitud, —los mayores de diecisiete años—, unos cuantos fueron enviados cautivos a los trabajos forzados de Egipto y la mayoría fueron distribuidos entre las regiones para morir en el teatro, por el hierro o por las fieras; pero los menores de dicisiete años fueron llevados como presos de guerra para ser vendidos. Estos solos ya sumaban unos noventa mil hombres.
3. Todo esto tuvo lugar así en el segundo alio del reinado de Vespasiano, coincidiendo con las profecías de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, el cual, gracias a su divino poder, ya lo vio de antemano como si fueran presentes, y lloró y se lamentó de acuerdo con la Escritura de los santos evangelistas, que también aportan las palabras que dijo refiriéndose a Jerusalén:
4. «¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, yte sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti».
5. También cuando se refería al pueblo: «Porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira sobre este pueblo. Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.» Y de nuevo: «Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejérritos, sabed entonces que su destrucción ha llegado.»
6. Quien compare las palabras de nuestro Salvador y las otras descripciones del autor sobre toda la guerra, ¿cómo no ha de maravillarse y de admitir que la presciencia y la profecía de nues1ro Salvador son verdaderamente Divinas y sobrenaturalmente extraordinarias?
7. Por ello, sobre lo que sobrevino a toda la nación después de la Pasión del Salvador y de aquellas voces con las que el pueblo judío requería que fuera librado de la muerte el ladrón y homicida y que se aniquilara al autor de la vida, nada cabe añadir a la narración.
8. A pesar de ello, sería justo añadir cuanto se refiere al amor para con los hombres de la entera Providencia, que aplazó la ruina de los malvados durante cuarenta años después de su audacia contra Cristo. Y a lo largo de estos cuarenta años muchos apóstoles y discípulos, y el propio Jacobo (primer obispo del lugar, llamado hermano del Señor), que todavía vivían y habitaban en la misma ciudad de Jerusalén dando sus discursos, permanecían en el lugar como muro fortificado.
9. La visitación de Dios, hasta el momento, ejercía su larga paciencia por si pudieran arrepentirse de sus hechos y alcanzar con ello el perdón y la salvación.
Además de esta paciencia extraordinaria, les concedía extrañas señales divinas de lo que les acontecería de no arrepentirse. El autor que hemos citado también estimó dignas de recuerdo estas señales. Nada más oportuno que referirlas a los que leen este texto.
VIII 1. Lee, pues, lo que Josefo expone en el libro VI de su Guerras de los judíos con las siguientes palabras: «Precisamente entonces los engañadores y los falsos acusadores de Dios seducían al pueblo infeliz, por lo que no prestaban atención ni daban crédito a los manifiestos prodigios que indicaban la cercana desolación, sino que, como pasmados como un rayo y como desprovistos de ojos y de alma, menospreciaban los mensajes de Dios.
2. »Sirvan como ejemplo un astro que se paró sobre la ciudad y muy parecido a una espada, y un cometa que fue prolongándose hasta un año. En otra ocasión cuando, antes de la revuelta de los tumultos anteriores a la guerra, habiéndose congregado el pueblo para la fiesta de los ácimos, a la hora novena de la noche del octavo día de Jantico resplandeció una luz tan fuerte sobre el altar y en el templo que pareció ser de día, y este fenómeno se prolongó durante media hora. A los inexpertos les pareció buen presagio, pero los escribas lo entendieron correctamente antes de que aconteciera.
3. »Y durante la misma fiesta, una vaca que el sumo sacerdote llevaba para el sacrificio, parió un cordero en medio del templo.
4. »Además, la puerta inferior de oriente, a pesar de ser de bronce macizo, de haber sido cerrada después de la tarde por veinte hombres con mucho esfuerzo, de estar reforzada con cerrojos fijados con hierro y de tener unos goznes bien sujetos, se vio cómo se abría por sí sola durante la noche a la hora sexta.
5. »Pocos días después de la fiesta, el veintiuno del mes de Artemisio, apareció un fantasma demoníaco increíblemente enorme. Pero lo que vamos a explicar parecería un extraño prodigio si no lo explicaran los que lo presenciaron y si el sufrimiento que siguió no fuera digno de tales indicios. Así pues, antes de ponerse el sol, se pudieron ver carros y escuadrones armados en el aire por toda la región que se movían entre las nubes circundando las ciudades.
6. »Y durante la noche de la fiesta llamada de Pentecostés, cuando los sacerdotes entraban en el templo (como de costumbre) con el fin de llevar a cabo su servicio, dicen que en primer lugar oyeron tumultos y ruidos de golpes, y después una voz compacta: "¡Vayámonos de aquí!"
7. »Pero lo que es más espantoso: un hombre llamado Jesús de Anamías, un particular de oficio campesino, pues había la costambre de que todos montaran una tienda para Dios, fue a la fiesta cuatro años antes de la guerra, cuando la ciudad se hallaba en la mayor paz y esplendor. De pronto empezó a dar voces en el templo: "¡Voz de oriente! ¡Voz de los cuatro vientos! ¡Voz sobre Jerusalén y el templo! ¡Voz sobre recién desposados! ¡Voz sobre todo el pueblo!" Y fue vociferando por todo el pueblo y callejones día y noche.
8. »Pero ciertos ciudadanos ilustres, enojados por el mal agüero, agarrando a ese hombre, le atormentaron, causándole numerosas heridas. Él, no obstante, como no hablaba para sí ni de lo suyo propio, siguió gritando a los presentes con las mismas palabras de antes.
9. »Luego los magistrados, creyendo (como era en realidad) que la agitación de aquel hombre era demoníaca, le llevaron a presencia del procurador romano. Allí, y a pesar de ser azotado y con heridas hasta los huesos, no hizo ninguna súplica ni derramó una sola lágrima, sino que en lo posible tomó su voz en lamento, respondiendo a cada golpe: "¡Ay, ay, de Jerusalén!"».
10. Josefo también cuenta otro hecho más extraño que todo esto, cuando dice que en las Sagradas Escrituras se halla un oráculo que afirma que en aquel tiempo alguien de aquella región gobernaría el mundo. Él llegó a la conclusión de que se cumplía con Vespasiano.
11. No obstante, Vespasiano no gobernó todo el mundo, únicamente lo que estaba bajo el mando romano. Sería más apropiado referirlo a Cristo, a quien el Padre dijo: «Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra»; y por ese tiempo «por toda la tierra salió la voz (de los santos apóstoles) y hasta el extremo del mundo sus palabras».
IX 1. A todo esto cabe añadir algo acerca de Josefo (que tanto ha aportado a esta obra que tienes en las manos), su país y su familia. De nuevo es él quien nos lo refiere: «Josefo, hijo de Matías, sacerdote de Jerusalén, que en un principio luchó contra los romanos y finalmente fue dejado en manos de los sucesos posteriores debido a la necesidad.»
2. Fue el hombre más famosos de los judíos de su época, y no sólo entre los de su misma raza sino incluso entre los romanos. Hasta tal grado fue su reconocimiento, que se le honró con la erección de una estatua en Roma, y sus obras fueron veneradas como dignas de una biblioteca.
3. Redactó todas sus Antigüedades de los judíos en veinte libros completos; Las guerras de los judíos de su época, en siete, los cuales, según su propio testimonio, los compuso no sólo en griego sino también en su lengua materna. Ciertamente, por todo lo demás, es digno de confianza.
4. Hay aún otros dos libros suyos dignos de consideración: Sobre las Antigüedades de los judíos, en los que se halla su respuesta al gramático Apión, que acababa de componer un tratado contra los judíos, e incluso contra otros que por su parte también habían intentado desacreditar las costumbres patrias del pueblo judío.
5. En el primero de estos dos libros determina el número de los escritos que pertenecen al llamado Antiguo Testamento, explicando cuáles son los indiscutibles entre los hebreos por pertenecer a una larga tradición, con las siguientes palabras:
X 1. «Entre nosotros no hay millares de libros discordantes y contradictorios entre sí, sino que existen sólo veintidós que poseen el registro de todo tiempo y que se tienen por divinos con justicia.
2. »De éstos, cinco son de Moisés, y contienen las leyes y la tradición de la creación hasta la muerte de Moisés. Comprende un período de casi tres mil años.
3. »Los profetas posteriores a Moisés escribieron en trece libros cuanto acaeció en sus épocas, abarcando desde la muerte de Moisés hasta la de Artajerjes (rey de los persas sucesor de Jerjes). Los cuatro restantes contienen himnos a Dios y consejos de vida para los hombres.
4. »A partir de Artajerjes y hasta nuestros días, también se ha escrito todo; pero, al no darse con exactitud la sucesión de los profetas, no es digno de la misma confianza que merece lo anterior.
5. »Porque en la práctica se demuestra cómo nos acercamos a nuestras propias Escrituras. Pues al cabo de tanto tiempo ya nadie ha osado añadir, sacar o cambiar nada de ellas, sino que a todos los judíos, ya desde su nacimiento, les resulta natural creer que estas Escrituras son decretos de Dios y perseverar en ellas hasta, si es preciso, morir de buen grado por ellas».
6. Las palabras del autor expuestas de este modo tendrán su utilidad. Josefo también trabajó en otra obra no exenta de importancia Sobre la supremacía de la razón, la que algunos titularon Macabeos porque contiene las luchas que los hebreos sostuvieron con gran valor por la piedad a Dios y que se hallan en los escritos llamados De los Macabeos.
7. También al final del libro XX de sus Antigüedades, indica que ha de escribir en cuatro libros, siguiendo las creencias patrias de los judíos, acerca de Dios, de su esencia y de las leyes, puesto que, según ellas, ciertas cosas se pueden hacer y otras resultan prohibidas. Él mismo, en otros trabajos, menciona otras obras suyas.
8. Para terminar vale la pena exponer también las palabras suyas que aparecen al final de sus Antigüedades, a fin de dar una garantía a los testimonios que he tomado. Así pues, en su acusación contra Justo de Tiberíades (que como él mismo, había intentado redactar los sucesos de aquella época) diciendo que no escribía la verdad, tras considerar otros muchos argumentos, añade las siguientes palabras:
9. «Yo no tengo temor como tú acerca de mis escritos, porque entregué mis libros a los emperadores cuando los hechos todavía eran casi visibles, pues sabía a ciencia cierta que conservaba la tradición de la verdad, y no estaba equivocado cuando esperaba conseguir su testimonio.
10. »Asimismo, presenté mi narración a muchos otros; algunos incluso resulté que habían estado en la guerra, como por ejemplo el rey Agripa y algunos de su misma familia.
11. »También el emperador Tito quiso que la información de estos hechos se diera al pueblo solamente a través de estos escritos, de modo que incluso firmó con su propia mano la orden de publicación. El rey Agripa escribió sesenta y dos cartas con el fin de dar testimonio de la veracidad de estos libros». Josefo también cita dos de estas cartas. De todos modos, lo mencionado acerca de él es ya suficiente. Prosigamos, pues, con nuestra obra.
Cómo Simeón dirige la iglesia de Jerusalén después de Jacobo
XI Tras el martirio de Jacobo y la inmediata toma de Jerusalén, cuenta la tradición que, viniendo de diversos sitios, se reunieron en un mismo lugar los apóstoles y los discípulos del Señor que todavía se hallaban con vida, y juntos con ellos también los que eran de la familia del Señor según la carne (pues muchos aún estaban vivos). Todos ellos deliberaron acerca de quién había de ser juzgado digno de la sucesión de Jacobo, y por unanimidad todos pensaron que Simeon, el hijo de Clopás (a quien también menciona el texto del Evangelio), merecía el trono de aquella región, por ser, según se dice, primo del Salvador, pues Hegesipo cuenta que Clopás era hermano de José.
XII Además de todo esto, Vespasiano, una vez que Jerusalén hubo sido tomada, ordenó que se buscara a todos los de la familia de David, para que entre los judíos no fuera dejado nadie de la familia real. Por esta razón se emprendió otra gran persecución contra los judíos.
XIII Al cabo de diez años de su reinado, Vespasiano es sucedido como emperador por su hijo Tito. En el segundo año del reinado de este segundo, Lino, obispo de la iglesia de Roma, después de sostener el ministerio durante doce años, se lo entrega a Anacleto. Domiciano sucedió a su hermano Tito, que había reinado dos años y dos meses.
XIV Abilio sucede a Aniano, primer obispo de la región de Alejandría, tras completar veintidós años y morir el cuarto año del reinado de Domiciano.
Cómo Clemente fue el tercer obispo de Roma después de Anacleto
XV Clemente fue obispo de la iglesia de Roma durante doce años. Este Clemente —enseña el apóstol Pablo en su Epístola a los Filipenses— era su colaborador. Lo expresa como sigue: «Con Clemente también y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida.»
XVI Hay una carta de Clemente que es admitida, extensa y asombrosa la escribió a la iglesia de los corintios en nombre de la iglesia en Roma, cuando había una revuelta en Corinto. Tenemos constancia de que esta carta se usa públicamente en la congregación en la mayoría de las iglesias, no sólo en la antigüedad sino también en nuestros días. Hegesipo es un testigo de que en aquel tiempo hubo una revuelta en Corinto.
XVII Domiciano demostró ser en gran manera cruel para con muchos, y no a pocos nobles y a hombres insignes asesinó sin siquiera un juicio lógico. También castigó a millares de hombres ilustres con el destierro fuera de las fronteras y confiscación de bienes sin razón. Finalmente se constituyó a sí mismo sucesor de Nerón en su enemistad y lucha contra Dios. En realidad fue el segundo que instigó la persecución contra nosotros, aunque su padre, Vespasiano, no había concebido nada insólito contra nosotros.
XVIII 1. Por aquel tiempo, según la tradición, el apóstol y evangelista Juan (todavía vivo) fue condenado a residir en la isla de Patmos por su testimonio del Verbo Divino.
2. Ireneo, escribiendo sobre el número del nombre que designa al anticristo en el llamado Apocalipsis, de Juan, menciona las siguientes palabras en el libro V, Contra las herejías, acerca de Juan:
3. «Pero si hubiese sido preciso anunciar explícitamente su nombre, se hubiera comunicado por medio de aquel que también vio el Apocalipsis; pero hace poco que se vio, casi en nuestra generación, al final del imperio de Domiciano».
4. Por aquel entonces la señal de nuestra fe, resplandeció de tal modo que incluso los escritores fuera de nuestra tradición no dudaron en exponer en sus narraciones la persecución de los mártires que tuvo lugar en ella. También indicaron el tiempo con precisión, cuando cuentan que en el año decimoquinto de Domiciano, Flavia Domitila, hija de una hermana de Flavio Clemente, cónsul de Roma por aquel entonces, juntamente con muchos otros, fue sentenciada al destierro en la isla de Pontia por el testimonio de Cristo.
Cómo Domiciano manda dar muerte a los de la familia de David
XIX Domiciano también ordenó aniquilar a los de la familia de David, y, según una antigua tradición, ciertos herejes acusaban a los descendientes de Judas (el cual era hermano, según la carne, del Salvador) por ser de la familia de David y estar emparentados con el mismo Cristo. Esto expone Hegesipo con las siguientes palabras:
XX 1. «Todavía se hallaban con vida, de la familia del Señor, los nietos de Judas (llamado su hermano según la carne). A éstos delataron porque eran de la familia de David. El evocato los llevó ante el césar Domiciano, pues, como Herodes, también tenía miedo de la venida de Cristo.
2. »Les preguntó si eran descendientes de David y ellos lo confesaron. Luego les preguntó acerca del número de sus bienes o cuánto dinero poseían, pero ellos dijeron que entre ambos sólo sumaban nueve mil denarios, la mitad cada uno; y persistían en decir que ni siquiera esto tenían en metálico, sino que se trataba de la tasación de sólo treinta y nueve pletros de tierra, por la que pagaban impuestos y la trabajaban ellos mismos para su subsistencia».
3. A continuación mostraron sus manos, y ofrecieron como testimonio de su trabajo personal su fortaleza física y los callos que les habían salido en sus propias manos por la obra ininterrumpida.
4. Interrogados sobre Cristo y su reino, qué tipo de reino era, dónde y cuándo aparecería, explicaron que no se trataba de un reino de este mundo o de esta tierra, sino celestial y angélico y que ha de tener lugar en el final de los tiempos. Porque viniendo en gloria juzgará a vivos y muertos y pagará a cada uno según sus obras.
5. Observando todo esto, Domiciano nada les reproché, sino que incluso los menospreció como a gente vulgar y, dejándolos en libertad, puso fin a la persecución de la iglesia mediante un decreto.
6. Los que habían sido liberados dirigieron las iglesias por haber testificado y por pertenecer a la familia del Señor, y habiendo llegado la paz, vivieron hasta Trajano.
7. Esto, según Hegesipo, pero Tertuliano también hace una mención parecida de Domiciano: «También Domiciano intentó en cierta ocasión llevar a cabo lo mismo que aquél, pero su crueldad sólo fue una parte de la de Nerón. Porque, según creo, tenía cierto conocimiento y apresuradamente cesó la persecución, incluso haciendo llamar a los desterrados»
8. Al cabo de quince años de reinar Dom iciano, y tras sucederle Neiva en el poder, el Senado romano votó que los honores de Domiciano fueran eliminados y que volvieran a su casa los desterrados injustamente, y al mismo tiempo tomaran de nuevo sus posesiones. Estos hechos los cuentan los que han transmitido por escrito los acontecimientos de entonces.
9. Así pues, entonces, según una antigua tradición nuestra, el apóstol Juan, viniendo del destierro en la isla, pasé a vivir a Éfeso.
Cómo Cerdón fue el tercero en dirigir la iglesia de Alejandría
XXI Tras reinar poco más de un año, Neiva fue sucedido por Trajano, y en el primer año de este último, Cerdón sucedió a Abilio, que había dirigido la congregación de Alejandría durante trece años. De este modo, Cerdón vino a ser el tercero que ocupó el cargo después de Aniano, que fue el primero. Entonces Clemente todavía dirigía a los romanos, siendo él también el tercer obispo de aquel lugar, después de Pablo y de Pedro. Lino fue el primero y tras él Anacleto.
Cómo Ignacio fue el segundo en dirigir la iglesia de Antioquía
XXII En Antioquía,
después de Evodio, el primero en ser nombrado, era muy conocido
también en aquella época el segundo:
Ignacio. Del mismo modo, por aquel entonces, Simeón, segundo
después del hermano de nuestro Salvador, tenía este ministerio
en Jerusalén.
XXIII 1. Por entonces, el apóstol y evangelista Juan, aquel a quien Jesús amaba, todavía estaba con vista en Asia y continuaba allí cuidando de la iglesia tras volver del destierro de la isla, una vez que hubo muerto Domiciano.
2. Bastarán los testigos para garantizar que entonces Juan todavía vivía, pues ambos son fidedignos y reconocidos en la ortodoxia de la iglesia. Se trata de Ireneo y de Clemente de Alejandría.
3. El primero, en algún punto del libro II de Contra las herejías, escribe lo siguiente: «Y todos los ancianos de Asia que mantienen contactos con Juan, el discípulo del Señor, dan testimonio de que lo transmite Juan, pues permaneció con ellos hasta los tiempos de Trajano».
4. También el libro III de la misma obra expone así: «Pero incluso la iglesia de Éfeso, puesto que la fundó Pablo y que Juan permaneció en ella hasta los tiempos de Trajano, es un testimonio verdadero de la tradición de los apóstoles».
5. Por otro lado, Clemente indica el mismo tiempo, y añadió un relato, indispensable para aquellos que gustan de oir cosas hermosas y de algún provecho, a la obra que tituló ¿Quién es el rico que se salva? Así pues, tómala y lee lo que allí se halla escrito:
6. «Oye este rumor, que no es un rumor, sino una tradición sobre el apóstol Juan, transmitida y conservada en la memoria. Así pues, cuando murió el tirano, Juan pasó de la isla de Patmos a Éfeso. De allí salía, cuando se lo pedían, a las regiones vecinas de los gentiles, ya fuera para establecer obispo, para dirigir iglesias enteras o para designar algún sacerdote de los que habían sido elegidos por el Espíritu.
7. »Fue, pues, a una ciudad cercana (cuyo nombre incluso algunos mencionan) y, tras traer alivio a los hermanos en las otras cosas, mirando fijamente al obispo establecido por todos y habiendo visto a un joven alto, de aspecto agradable y de ánimo encendido, dijo: "Te entrego a éste con toda diligencia ante la iglesia y con Cristo de testigo" Y, a pesar de que el obispo lo aceptó comprometiéndose en todo, Juan de nuevo decía lo mismo y lo afirmaba con los mismos testigos.
8. »Entonces se fue a Éfeso, y aquel obispo recibió en casa al joven que le había sido entregado y lo hospedó, lo mantuvo, lo cuidó y finalmente lo bautizó. Luego moderó algo el gran cuidado y protección, porque creía que lo había provisto de la perfecta protección: el sello del Señor.
9. »Pero siendo su libertad prematura y tomándole algunos ociosos de su misma edad habituados al mal, lo pervirtieron. Primero se lo atrajeron con pródigos festines, luego se lo llevaban con ellos incluso cuando iban a robar de noche, y finalmente le reclamaban mayor colaboración.
10. »El fue adhiriéndose a ellos paulatinamente y, por su fortaleza física, se extravió del camino recto como caballo desbocado y robusto, cayendo al abismo con gran velocidad.
11. »Al final renunció a la salvación que hay en Dios y ya no proyectaba pequeñeces, antes bien, habiendo llevado a cabo graves crímenes, y ya que estaba perdido para siempre, merecía sufrir como los demás. De este modo, tomando a estos otros jóvenes y reuniendo una banda de ladrones, él era su resuelto jefe, el más violento, el más asesino y el más aterrador.
12. »Pasando el tiempo, hubo alguna necesidad y llamaron a Juan. Él tras solucionar los asuntos que le habían llevado allí, dijo: "Venga, pues, obispo, devuélveme el depósito que yo y Cristo te entregamos ante la iglesia que tú diriges y es testigo."
13. »El obispo, primero se sorprendió pensando que se le acusaba acerca de algún dinero que él no había recibido, y tampoco podía creer en lo que no tenía ni desconfiar de Juan. Pero cuando Juan dijo: "El joven es a quien te reclamo y el alma del hermano", el anciano se echó a llorar y, con muchas lágrimas, dijo: "Está muerto." ¿Cómo? ¿De qué muerte? "Muerto para Dios, porque se fue malvado, perdido y, lo que es más, ladrón, y ahora se ha apoderado del monte que hay al frente de la iglesia, con una banda como él."
14. »El apóstol, rasgando sus vestidos y golpeándose la cabeza con grandes gemidos, dijo: "¡Buen cuidador dejé del alma del hermano! Pero traigan un caballo y alguien me indique el camino." Y desde allí, tal como estaba, emprendió su marcha desde la iglesia.
15. »Cuando llegó al lugar, le tomaron los guardias de los bandidos, pero él ni se escondía ni hacía súplicas, sino que decía gritando: Para esto vine, conducidme a vuestro jefe.
16. »Éste, mientras esto ocurría, esperaba armado, pero al reconocer que era Juan el que se acercaba, escapó avergonzado. Él le seguía con toda su fuerza y descuidando su propia edad.
17. »Le gritaba: "¿Por qué huyes de mí, hijó, de tu padre indefenso y viejo? Ten piedad de mí, hijo, no tengas temor. Todavía tienes esperanza de vida. Yo daré cuenta de ti ante Cristo. Si es preciso, soportaré la muerte por ti de buen grado, del mismo modo que el Señor la sufrió por nuestra causa. Cambiaré tu alma por la mía propia. Detente, me ha enviado Cristo."
18. »El joven, cuando oyó estas cosas, primero se detuvo, bajando su rostro; después tiré sus armas, y luego, temblando, lloró amargamente. Al llegar el anciano lo abrazó, presentando, en lo posible, sus lamentos a modo de defensa y sus lágrimas como segundo bautismo. Únicamente escondía la diestra.
19. »Pero él, que era su fiador, jurando que había hallado perdón del Salvador para él y suplicando, se postró de rodillas y besó su diestra purificada por el arrepentimiento. Lo llevó de nuevo a la iglesia, oró con abundantes súplicas, lo acompañó compartiendo sus ayunos y fue cautivando su corazón con los multiformes lazos de sus palabras. Según dicen, no se alejó de allí hasta que lo hubo establecido en la iglesia, habiendo dado grandes muestras de un arrepentimiento verdadero y grandes señales de regeneración a modo de trofeo de una resurrección visible».
XXIV 1. Sea, pues, esta cita de Clemente no sólo un relato sino también sirva de provecho para aquellos que lo lean. Pero mencionemos a continuación los escritos indiscutibles del apóstol.
2. En primer lugar hay que aceptar como auténtico su Evangelio, que se lee en todas las iglesias bajo el cielo. Pero la razón por la que entre los antiguos se colocara en cuarto lugar, después de los otros tres, tal vez se aclara con la siguiente explicación:
3. Estos hombres eran inspirados, y en realidad notables para con Dios (me refiero a los apóstoles de Cristo), y tenían purificadas sus vidas sobremanera y ornamentadas sus almas por toda virtud. No obstante, hacían uso del lenguaje sencillo. Ciertamente ellos eran animados por el poder divino y obrador de milagros recibidos del Salvador, pero no sabían ni tampoco buscaban ser embajadores del conocimiento de la enseñanza por medio de la persecución y del arte de la oratoria. Sino que anunciaban a toda la tierra el reino de los cielos sin demasiado esfuerzo para ponerlo por escrito, utilizando solamente la demostración del Espíritu Divino que les auxiliaba y el poder de Cristo que obraba milagros por medio de ellos.
4. Y esto lo hacían de este modo porque servían a un ministerio más alto y superior al hombre. Por eso Pablo, de todos el más hábil para preparar discursos y el de pensamiento más poderoso, no nos dejó por escrito más que brevísimas cartas, a pesar de poder explicar cosas infinitas e inefables, porque llegó a la contemplación del tercer cielo, y arrebatado al mismo paraíso, fue hecho digno de oír las inefables palabras de aquel lugar.
5. Pero tampoco los otros seguidores de nuestro Salvador carecían de experiencias similares. Me refiero a los doce apóstoles, a los setenta discípulos y a millares más. Mas, a pesar de ello, de todos éstos únicamente Mateo y Juan nos han dejado un recuerdo de las plácticas del Señor, e incluso ellos, según la tradición, se pusieron a escribir obligados.
6. Por su parte, Mateo, que en primer lugar predicó a los hebreos cuando ya estaba por dedicarse también a otros, expuso por escrito su Evangelio en su lengua materna, sustituyendo de este modo por escrito la falta de su presencia en medio de aquellos de los que se alejaba.
7. Y, a su vez, Marcos y Lucas ya habían procedido a la entrega de sus respectivos Evangelios cuando se dice que Juan seguía haciendo uso de la predicación oral, y que finalmente se dedicó a escribirlo por causa de la siguiente razón:
Habiendo sido ya divulgados los tres Evangelios escritos con anterioridad, llegando también a sus manos, dicen que los aceptó e incluso dio testimonio de su veracidad, pero que el relato carecía de los hechos que llevó a cabo Cristo en el principio y también en el comienzo de su predicación.
8. La explicación es verdadera. Se puede ver cómo los tres evangelistas únicamente refieren por escrito los hechos del Salvador ocurridos un año después del encarcelamiento de Juan el Bautista. Y ellos mismos lo indican al principio de sus relatos.
9. Por ejemplo, tras el ayuno de cuarenta días y de la subsiguiente tentación, Mateo pone de manifiesto el tiempo de su propio escrito cuando dice: «Cuando Jesús oyó que Juan estaba preso, volvió de Judea a Galilea».
10. Del mismo modo, Marcos dice: «Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea». Y Lucas también, antes de empezar a redactar los hechos de Jesús, menciona algo semejante, cuando dice que Herodes añadió, a sus anteriores crímenes, el siguiente: «Encerró a Juan en la cúrcel».
11. Por esta causa dicen que se rogó a Juan para que expusiera en su Evangelio el tiempo no mencionado y los hechos del Salvador durante este período (es decir, antes del encarcelamiento del Bautista). Esto también lo menciona cuando dice: «Este principio de señales hizo Jesús», y cuando habla sobre el Bautista, entre los hechos de Jesús, diciendo que todavía bautizaba en Ainón, cerca de Salem. Esto lo expone claramente como sigue: «Porque Juan no había sido aún encarcelado».
12. Así pues, Juan expone en su Evangelio escrito las obras anteriores al encarcelamiento del Bautista, pero los tres evangelistas restantes mencionan las que llevó a cabo después de que él fuera encarcelado.
13. Quien considere estos factores ya no podrá creer que los Evangelios difieren entre sí, sino que el de Juan abarca los primeros hechos de Cristo y los otros relatos el final. Del mismo modo, debe haber silenciado la genealogía según la carne de nuestro Salvador porque Mateo y Lucas ya la habían escrito y debe haber empezado con su divinidad como si el Espíritu divino se lo hubiera guardado por ser más poderoso.
14. Todo lo mencionado acerca de la escritura del Evangelio según San Juan es ya suficiente, y cuál fue la causa del Evangelio según San Marcos ya quedó explicado anteriormente.
15. Por lo que se refiere a Lucas, él también explica de antemano la razón de la composición del Evangelio al principio de su narración. Puesto que muchos otros ya se habían dedicado precipitadmnente a componer un relato de aquellas cosas sobre las cuales estaba ciertísimo, le pareció necesario alejarnos de las inciertas suposiciones de los demás y en su Evangelio nos ha transmitido la narración exacta de aquellas cosas cuya verdad ha obtenido con suficiencia de datos, por causa de su convivencia y su relación con Pablo junto con la reunión de los demás apóstoles.
16. Esto es lo que poseemos sobre este punto. No obstante, en un momento más oportuno, intentaremos exponer, usando citas de los antiguos, lo que otros han afirmado acerca de este tema.
17. Además del Evangelio, de los escritos de Juan también se conoce, sin duda alguna, tanto antiguamente como ahora, su primera Epístola.
18. Sin embargo, se discuten las dos restantes. Sobre el Apocalipsis, la opinión de muchos sigue dividida entre ambas posturas. También a su debido tiempo éste escrito recibirá el juicio basado en el testimonio de los antiguos.
Acerca de las divinas Escrituras admitidas y de las que no lo son
XXV 1. Habiendo llegado hasta este punto, ya es hora de dar una lista de los escritos del «Nuevo Testamento» mencionados. Primero se ha de situar la santa tétrada de los Evangelios, seguidos por Los Hechos de los Apóstoles.
2. A continuación hay que disponer las Epístolas de Pablo, después se ha de decretar como cierta la I Epístola de Juan, así como la de Pedro. Luego, si se desea, el Apocalipsis de Juan, sobre el que a su tiempo manifestaremos lo que se cree de él. Estos son los reconocidos.
3. Los escritos discutidos, a pesar de ser conocidos por la mayoría, son las llamadas Epístolas de Santiago, la de Judas y la II de Pedro, y las que llaman II y III de Juan, tanto si son del evangelista como si son de alguien con el mismo nombre.
4. Hay que considerar como espurios los siguientes: Los Hechos de Pablo, el llamado Pastor, el Apocalipsis de Pedro, la que dicen que es Epístola de Bernabe, el escrito llamado Enseñanza de los Apóstoles y, como dije, si se desea, el Apocalipsis de Juan. Este escrito es rechazado por algunos y considerado entre los reconocidos por otros.
5. Algunos incluyen en esta lista el Evangelio a los Hebreos. por el que gozan en gran manera los hebreos que han recibido a Cristo. No obstante, todos estos escritos son discutidos.
6. Así pues, nos hemos visto obligados a hacer la lista también de los discutidos, separando los escritos que, según la tradición eclesiástica, son verdaderos, originales y admitidos, de los restantes, que, a pesar de no ser testamentarios, sino discutidos, son conocidos por la mayoría de los autores eclesiásticos. De este modo podemos ver estos escritos y también aquellos que, bajo el nombre de los apóstoles, han diseminado los herejes, como si contuvieran los Evangelios de Pedro, de Tomás, de Matías o de cualquier otro, así como los Hechos de Andrés, de Juan o de otros apóstoles. De todos éstos, ninguno fue considerado jamás como digno de ser citado por los escritores de la sucesión eclesiástica.
7. Hay que añadir que incluso el tipo de frase cambia con respecto a los apóstoles, y que el concepto y el plan que en ellos se hallan, armonizan menos con la verdadera ortodoxia, hasta tal punto que viene a ser evidente que fueron forjados por hombres herejes. Por eso no hay que situarlos entre los espurios, sino que, como totalmente ilógicos e impíos, deben de ser rechazados.
XXVI 1. Continuemos, pues, nuestro relato. Menandro fue el sucesor del mago Simón, y por su modo de actuar demostró ser un arma diabólica no inferior a la primera.
También era samaritano, y no fue inferior a su maestro en su avance hacia la cumbre de la hechicería, sino que sobreabundó en adivinaciones aún mayores. Y decía, como si lo fuera, que él era el salvador enviado para salvación de los hombres, de algún lugar en las alturas, desde lugares invisibles.
2. Enseñaba que a nadie le era posible superar a los mismísimos ángeles hacedores del mundo si primero no era guiado a través de la experiencia mágica impartida por él y por su bautismo. Los que han sido juzgados dignos de este bautismo ya tienen parte en la vida presente de la inmortalidad imperecedera, y no morirán, sino que han de permanecer para siempre, sin envejecer y siendo inmortales. Todo esto se conoce fácilmente por Ireneo.
3. Justino, cuando menciona a Simón, por el mismo hecho añade también este comentario sobre el otro: «Tenemos noticias además de que un tal Menandro, también samaritano, de la aldea de Caparatea, habiendo sido discípulo de Simón y aguijoneado por los demonios, vino a Antioquía y engañó a muchos con su arte mágica. Convenció a sus seguidores de que no morirán, y aún hay algunos de los suyos que lo confiesan».
4. Se trataba de la obra diabólica que, por medio de estos magos disfrazados con nombres cristianos, se esforzaba en desacreditar, con su magia, el gran misterio de la piedad y en ridiculizar, por medio de ellos, los dogmas de la Iglesia referentes a la inmortalidad del alma y la resurrección de los muertos.
A pesar de ello, cuantos han tomado a éstos por salvadores, han caído de la verdadera esperanza.
XXVII 1. A otros el maligno demonio, no pudiendo arrebatarles de su dedicación para con el Cristo de Dios, se los hizo suyos al encontrarles algún otro punto débil. Los primeros fueron llamados Ebionitas acertadamente, pues consideraban a Cristo de un modo pobre y bajo.
2. Creían que era un hombre simple y común, que iba justificándose a medida que crecía en su carácter, y que nació como fruto de la unión de un hombre y de María. Les parecía indispensable cumplir la Ley, como si no pudieran salvarse con la sola fe en Cristo y una vida conforme a ella.
3. Además de éstos, existieron otros con el mismo nombre que estaban libres de las cosas absurdas de los anteriores. No rechazaban el hecho de que el Señor naciera de una virgen y del Espíritu Santo, pero, del mismo modo que aquéllos, no confesaban que ya preexistía puesto que era él mismo Dios, el Verbo y la Sabiduría. También volvían a la impiedad de los primeros, principalmente cuando, como ellos, se afanaban en honrar el culto a la Ley escrita
4. También creían que se habían de rechazar definitivamente las Epístolas del apóstol Pablo, al que llamaron apóstata de la Ley, pero hacían uso exclusivo del llamado «Evangelio a los Hebreos», ignorando los demás.
5. Guardaban el sábado (como los primeros) y toda la conducta judaica, pero el domingo observaban prácticas parecidas a las nuestras en memoria de la resurrección del Salvador.
6. Por esta causa de estos hechos llevan esta denominación, porque el apelativo Ebionita expresa la pobreza de su mentalidad. Pues los hebreos llaman con este nombre al pobre.
XVIII 1. Por ese tiempo Cerinto se hizo jefe de otra herejía. Cayo, al cual citamos antes, escribe sobre él lo siguiente en la investigación que se le atribuye:
2. «También Cerinto introduce ciertos milagros por unas revelaciones que afirma fueron escritas por un gran apóstol, y dice falsamente que le fueron enseñadas por ministerio de ángeles, que, tras la resurrección, el reino de Cristo será terrenal y que la carne que estuvo en Jerusalén será esclava de nuevo de pasiones y placeres. Siendo como es un enemigo de las Escrituras de Dios, y deseando engañar, asegura que tendrá lugar una fiesta nupcial de mil años».
3. Dionisio, que recibió el episcopado de la región de Alejandría durante mucho tiempo, también menciona a este mismo hombre en el libro II de sus Promesas, cuando dice que ciertos aspectos del Apocalipsis de Juan fueron recibidos de una tradición ya desde antiguo. Escribe así:
4. «Asimismo Cerinto, el que formé la herejía que lleva su nombre, la herejía cerintiana, y que deseó acreditar su ficción con un nombre digno de fe. El fundamento de su enseñanza es éste: que el reino de Cristo será terrenal.
5. »Y puesto que él mismo era un amador del cuerpo y totalmente carnal, anhelaba que sería como él soñaba: con saciedad del vientre y debajo del vientre, es decir con alimentos, con bebidas y con uniones camales, y con todo aquello con lo que creía se proporcionaría todos estos placeres del modo más elogioso: fiestas, sacrificios e inmolaciones sagradas».
6. Esto, según Dionisio. E Ireneo, tras explicar, en el libro I de su tratado Contra las herejías, alguna de las más vergonzosas creencias falsas de Cerinto, también expone por escrito, en el libro III, un relato no digno de olvido, según parece procedente de la tradición de Policarpo. Asegura que, en cierta ocasión, entrando el apóstol Juan en unos baños con la intención de lavarse, y notando la presencia de Cerinto en el interior, se apartó del lugar y huyó en dirección a la puerta, pues no podía aguantar el permanecer en el mismo techo que aquél. Además exhortaba con las siguientes palabras, a los que con él se hallaban, que le imitasen: «Huyamos, no vaya a ser que los baños se desmoronen porque está dentro Cerinto, el enemigo de la verdad».
XXIX 1. Por aquel entonces se consolidó también la herejía de los nicolaítas, pero duró muy poco tiempo. Ésta también se menciona en el Apocalipsis de Juan. Ellos afirmaban que Nicolás era uno de los diáconos que, junto con Esteban, habían sido encargados por los apóstoles del cuidado de los pobres. Clemente de Alejandría relata lo siguiente en el libro III de sus Stromateis:
2. «Dicen que tenía una mujer encantadora y que, después de la ascensión del Salvador, acusándole los apóstoles de ser celoso, la puso en medio y le concedió unirse con quien lo quisiera. Pues dicen que aquel hecho estaba de acuerdo con este dicho: "Es preciso abusar de la carne." Así, siguiendo lo que tuvo lugar y lo que se dijo con simpleza y sin previo examen razonado, se prostituyen sin ningún pudor los que participan de esta herejía.
3. »No obstante, me consta que Nicolás no tuvo relación íntima con ninguna mujer con la excepción de con la que se había casado, y además de sus hijos, las hijas envejecieron vírgenes y el hijo se conservó puro.
»De esta forma su acción de poner a su esposa de la que estaba celoso en el medio de los apóstoles fue una expulsión de la pasión, y la continencia de los placeres más perseguidos enseñaba a "abusar de la carne". Porque creo que, de acuerdo con la insstrucción del Salvador, "no quería servir a dos señores": el placer y el Señor.
4. »Dicen que también Matías enseñaba lo mismo, es decir, luchar contra la carne y abusar de ella sin concederle nada de placer, y hacer crecer el alma con la fe y el conocimiento». Sea, pues, esto suficiente acerca de los que, a pesar de encargarse de pervertir la verdad, lo hacen con más rapidez de lo que se tarda en decirlo.
XXX 1. Clemente, a quien acabamos de citar, después de esto continúa con una lista de los apóstoles cuyo matrimonio está demostrado para los que niegan el matrimonio. Dice así: «¿Acaso también rechazaron a los apóstoles? Pedro y Felipe tuvieron hijos; Felipe incluso entregó a sus hijas en matrimonio, y Pablo no duda, en alguna de sus cartas, en nombrar a su cónyuge, la cual no le acompañaba, para una mayor flexibilidad en su servicio».
2. Ya que hemos hecho estos detalles, no estará de más referir otro relato suyo digno de ser narrado. Lo escribe en el libro VII de los Stromateis del siguiente modo: «Dicen que el bienaventurado Pedro, al ver que su misma esposa era llevada a muerte, se gozó gracias a su llamado y su vuelta a casa, y alzó su voz en gran manera a fm de estimularla y de consolarla, dirigiéndose a ella por su propio nombre: "Oh, tú, recuerda al Señor." Así era el matrimonio de los dichosos y la índole de los más amados». Aquí convenía citar este texto por su relación con nuestro tema.
XXXI 1. Acerca de Pablo y de Pedro ya hemos mencionado la fecha de su muerte y el modo y el lugar en que se depositaron sus restos ma vez que partieron de esta vida.
2. Pero de Juan sólo mencionamos el tiempo. En cuanto al lugar de sus restos, se manifiesta en la carta de Policrates (obispo de la región de Éfeso), la cual escribió a Víctor, obispo de Roma. Menciona, junto con Juan, al apóstol Felipe y a sus hijas, como sigue:
3. «Pues también en Asia reposan gandes personalidades, las cuales resucitarán el último día de la venida del Señor, en la que vendrá de los cielos con gloria para buscar a todos los santos. Entre ellos, Felipe; uno de los doce apóstoles, que reposa en Hierápolis, dos de sus hijas que envejecieron vírgenes y otra hija suya que, tras vivir en el Espíritu Santo, duerme en Éfeso. También descansa en Éfeso Juan, el que se reclinó sobre el pecho del Señor y que fue sacerdote portador del petalón, mánir y maestro».
4. Todo esto se refiere a la muerte de ellos. Pero igualmente en el Diálogo de Cayo, que citamos poco ha, Proclo (contra el cual se dirige la investigación) dice lo siguiente, de acuerdo con lo que hemos relatado acerca de la muerte de Felipe y de sus hijas: «Después de Felipe, hubo en Hierápolis (la de Asia) cuatro profetisas que eran hijas de éste. Su sepulcro y el de su padre se hallan en aquel lugar».
5. Esto es lo que dice Próculo. También Lucas menciona en los Hechos de los Apóstoles a las hijas de Felipe, que en aquella ocasión vivían en Cesarea de Judea con su padre, y que habían recibido el don de la profecía. Dice lo siguiente:
«Fuimos a Cesarea y, entrando en casa de Felipe el evangelista, que era uno de los siete, pasamos con él. Éste tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban»?
6. Puesto que ya hemos referido cuanto ha llegado a nuestro conocimiento acerca de los apóstoles, de sus tiempos y de las Sagradas Escrituras que nos han dejado, incluyendo también los que han de ser discutidos y que muchos leen públicamente en la mayoría de las iglesias, aunque son totalmente espurios o alejados de la ortodoxia apostólica, prosigamos con nuestra exposición.
XXXII 1. Una tradición sostiene que, en el tiempo del emperador cuya época estamos estudiando, después de Nerón y Domiciano, resurgió en ciertas partes y en las ciudades una nueva persecución contra nosotros por causa de las revueltas del pueblo. En ésta, Simeón, el hijo de Clopás, el cual ya indicamos que fue el segundo en ser instituido obispo de la iglesia de Jerusalén, nos hemos enterado que murió martirizado.
2. De esto es testigo aquel Hegesipo que ya hemos citado en diversas ocasiones. Añade que, claramente en ese mismo tiempo, Simeón sufrió una acusación y que fue atormentado por muchos días, y de muchos modos diferentes, hasta que, dejando consternado al mismo juez y a los suyos, alcanzó una muerte parecida a la Pasión del Señor.
3. Pero no hay nada como escuchar al propio autor, que refiere textualmente lo que sigue: «Por esto, claramente algunos herejes acusan a Simón, hijo de Clopás, a causa de ser descendientes de David y cristiano, y de este modo sufre el martirio a los ciento veinte años de edad, en tiempos del emperador Trajano y del gobernador Ático».
4. Hegesipo dice que sucedió que sus acusadores, cuando se investigaba acerca de la tribu real de los judíos, fueron apresados porque ellos también pertenecían a ella.
Calculando un poco se puede decir que Simón vio y oyó en persona al Señor, tomando como prueba su larga edad y la referencia, en los Evangelios, a María de Clopás, el cual, como ya demostramos, era su padre.
5. Este mismo escritor dice que otros descendientes de uno de los que llaman hermano del Señor, de nombre Judas, también vivieron hasta este reinado tras dar testimonio de la fe en Cristo en época de Domiciano, como ya relatamos anteriormente, y escribe como sigue:
6. «Así pues, llegan y se ponen a la cabeza de toda iglesia por ser mártires y de la familia del Señor. Y una vez que hubo una profunda paz en la Iglesia aún permanecen hasta el emperador Trajano, hasta que el hijo del tío del Señor, al que llamamos antes Simón, hijo de Clopás, fue del mismo modo denunciado y acusado por las sectas. También él, por la misma causa, bajo el gobernador Ático, por muchos días dio testimonio mientras lo torturaban, de manera que todos se maravillaban en extremo, incluso el gobernador, de cómo lo aguantaba, siendo ya de ciento veinte años de edad. Finalmente ordenaron que fuera crucificado».
7. El mismo escritor añade, exponiendo lo sucedido en los tiempos mencionados, que tras estos acontecimientos la iglesia se conservaba, hasta entonces, virgen, pura y sin corrupción, como si hasta entonces los que pretendían corromper las buenas leyes de la predicación del Salvador, si es que existían, se hallaran escondidos en inciertas tinieblas.
8. Pero cuando el santo grupo de los apóstoles fue llegando de diversos modos al final de su vida y se extinguió aquella generación de los que fueron tenidos por dignos de ofr con sus propios oídos la Sabiduría divina, empezó entonces la formación del errar contrario a Dios a través de la estratagema de maestros de otras enseñanzas. Éstos, como que no quedaba ninguno de los apóstoles, a partir de entonces, con la cabeza ya descubierta, han pretendido contraponer a la predicación de la verdad la predicación de la falsamente llamada ciencia.
XXXIII 1. Ciertamente fue tan fuerte la persecución que entonces nos oprimía en todo lugar, que Plinio segundo, muy destacado entre los gobernadores, impulsado por la gran cantidad de mártires, comunica al emperador la abundancia excesiva de aniquilados por causa de su fe. En la misma carta menciona que no se les ha tomado en ningún acto impío ni contrario a las leyes, con la excepción de levantarse al despuntar el día para cantar himnos a Cristo como a un Dios, y que a ellos también les está prohibido adulterar, asesinar y cometer delitos semejantes, y que en todas las cosas actúan de acuerdo con las leyes.
2. Trajano reaccionó a todo esto con la promulgación de un decreto que incluye lo siguiente: no buscar a la tribu de los cristianos, pero castigar a quien caiga.
Por esta causa la persecución, que mostraba la amenaza de oprimirnos terriblemente, se calmó en cierto modo, pero no obstante no faltaban excusas para quienes deseaban dañamos. En unas ocasiones eran los pueblos, en otras el gobernador local, quienes disponían maquinaciones contra nosotros, de modo que, a pesar de no haber persecuciones declaradas, algunas se encendían en ciertas partes según cada región, y muchos creyentes lucharon con diversos martirios.
3. Esta información ha sido tomada de la Apología latina de Tertuliano, la cual ya indicamos antes. Su traducción es la siguiente: «Sea como fuere, encontramos que está prohibido incluso que nos busquen. Pues Plinio segundo, gobernador de una provincia, habiendo ya sentenciado a algunos cristianos, y tras rebajarlos en sus cargos, confuso por la gran cantidad de ellos y sin saber qué quedaba por hacer, consultó al emperador Trajano diciéndole que, fuera de que se negaban a adorar a los ídolos, nada impío encontraba en ellos. También le indicaba esto: Que los cristianos se levantaban al despuntar el día y cantaban himnos a Cristo como a un Dios, y que para conservar su saber se les había prohibido dar muerte, adulterar, codiciar, disfrutar y cualquier cosa semejante. A esto Trajano respondió por escrito que no se buscara a la tribu de los cristianos, pero que se castigara al que hubiere caído». Todo esto también tuvo lugar en este tiempo.
XXXIV De los obispos de Roma, en el tercer año del mando del emperador ya mencionado, Clemente entregó a Evaristo su ministerioy murió tras haber estado nueve años al frente de la enseñanza de la palabra divina.
Cómo Justo fue el tercero en dirigir la iglesia de Jerusalén
XXXV Pero, al morir Simeón del modo ya referido, le sucedió en el trono del episcopado de Jerusalén un judío llamado Justo, el cual era uno de los muchos que, siendo de la circuncisión, entonces ya creían en Cristo.
XXXVI 1. Por aquel entonces en Asia se distinguía Policarpo, discípulo de los apóstoles, quien recibió el episcopado de la iglesia de Esmirna de manos de los testigos oculares y servidores del Señor.
2. Entonces empezaron a ser notorios Papías, también el obispo de la región de Hierápolis, e Ignacio, el más ilustre entre la mayoría todavía ahora. Éste fue el segundo en ser escogido para la sucesión de Pedro en el episcopado de Antioquía.
3. Según una tradición, Ignacio fue enviado desde Siria a Roma a fin de ser pasto de las fieras por causa del testimonio de Cristo.
4. Cuando volvía de Asia, custodiado por una guardia muy cuidadosa, fortalecía con sus palabras y exhortaciones a las congregaciones en cada ciudad donde paraban. Primero los exhortaba a que antes de todo se cuidaran de las herejías, que justamente entonces, por primera vez eran predominantes, y los persuadía para que se mantuvieran aferrados a la tradición de los apóstoles, la cual le parecía necesario poner por escnto para su mayor seguridad, porque estaba para sufrir el martirio.
5. Así, estando en Esmirna, donde se encontraba Policarpo, escri.bió una carta a la iglesia de Éfeso, mencionando a su pastor Onésimo. Otra carta la escribió a la iglesia de Magnesia, la que está por encima de Meandro, haciendo mención también del obispo Damas, y otra a la iglesia de Trales, diciendo que su dirigente era por entonces Polibio.
6. A ésta cabe añadir la que escribió a la iglesia de Roma, en la que expone su petición de que no intercedan por él para que no le despojen de su deseada esperanza: el martirio. Merece la pena aportar algunas citas, por muy breves que sean, para demostrar lo expuesto. Escribe como sigue, textualmente:
7. «Desde Siria hasta Roma estoy combatiendo contra fieras por tierra y por mar de noche y de día, atado junto a diez leopardos, es decir, un cuerpo de soldados que se tornan peores con hacerles el bien; no obstante, con sus ofensas más instruido soy. Pero no por eso estoy justificado.
8. »¡Que pueda gozar de las fieras dispuestas para mí! Ruego encontrarlas listas para mi; incluso las halagaré para que me devoren rápidamente, no suceda como con algunos que por cobardía no les dañaron, y si no lo hacen de buen grado, yo mismo las obligaré.
9. »Excusadme. Conozco lo que me conviene. Ahora empiezo a ser discípulo. Ninguna cosa visible o invisible tenga celos de mí porque yo dé alcance a Jesucristo.
»Fuego, cruz, manadas de fieras, dispersión de huesos, destrucción de los miembros, trituración del cuerpo entero y azotes del diablo me agobien; todo ello para que dé alcance a Jesucristo».
10. Esto lo redactaba desde la ciudad indicada a las iglesias ya enumeradas. Pero cuando yo estaba más allá de Esmirna, desde Tróades también se pone en contacto por escrito con la de Filadelfia, con la iglesia de Esmirna y privadamente con Policarpo que la dirigía, y, reconociéndole verdaderamente como varón apostólico y siendo él mismo pastor sincero y bueno, le hace entrega de su rebaño de Antioquía y le pide que cuide de él con gran esmero.
11. Cuando escribe a los esmirniotas, tomando cita de no sé dónde, se refiere a Cristo del siguiente modo: «Por mí sé y creo que incluso después de su resurrección sigue en carne, y cuando vino a los compañeros de Pedro les dijo: "Tomad, tocadme y ved que no soy un Espíritu sin cuerpo." Y en seguida le tocaron y creyeron».
12. Ireneo también está informado de su martirio y lo menciona en sus canas como sigue: «Como dijo alguno de los nuestros condenado a las fieras por el testimonio de Dios, "porque soy trigo de Dios y soy molido por los dientes de las fieras", a fin de ser hallado como pan puro».
13. Y Policarpo menciona lo mismo en la carta, que dice ser de él, a los filipenses. Dice así: «Por ello os invito a todos vosotros para que seáis obedientes y practiquéis toda paciencia, la que pudisteis ver con vuestros ojos, no únicamente en los dichosos Ignacio, Rufo y Zósimo, sino también en otros de los vuestros, en el propio Pablo y en los restantes apóstoles, confiando en que todos ellos no corrieron en vano, antes bien en la fe y en la justicia, y confiando también que están en su debido lugar al lado del Señor, con el que también sufrieron. Pues no amaron a este siglo sino a aquel que murió por nosotros y que Dios resucitó por nosotros». A continuación añade:
14. «Vosotros me escribisteis y también Ignacio, a fin de que si alguien fuera a Siria, llevara asimismo nuestros escritos. Yo haré lo mismo si doy con una oportunidad favorable, ya sea personalmente, ya sea por medio de alguien que envíe y que también servirá como embajador de vuestra parte.
15. »Las cartas de Ignacio que él nos envió y las otras que ya teníamos, os las enviamos, como nos lo encargasteis. Las incluyo en esta carta. Podéis conseguir un gran provecho de ellas, porque contienen la fe, la paciencia y toda edificación relacionada con nuestro Salvador». Hasta aquí lo referente a Ignacio. Heros le sucedió en el episcopado de Antioquía.
Acerca de los evangelistas que entonces todavía se distinguían
XXXVII 1. Dentro de los ilustres de este tiempo, también se hallaba Cuadrato. Según una tradición de éste, junto con las hijas de Felipe, era notable por el don de la profecía. Además de éstos, también fueron famosos, por aquel tiempo, muchos más que ocuparon el puesto principal de la sucesión de los apóstoles. Estos, por ser maravillosos discípulos de tan grandes varones, edificaron sobre los fundamentos de las iglesias establecidas con anterioridad por los apóstoles, extendían cada vez más la predicación y la semilla salvadora del reino de los cielos y la sembraban por toda la superficie de la tierra habitada.
2. Así, gran número de los discípulos de aquel tiempo, heridos en sus almas por la palabra divina con un amor tremendo por la filosofía, en primer lugar llevaban a cabo la exhortación salvadora repartiendo sus posesiones entre los necesitados, y luego haciendo viajes realizaban la obra de evangelista, afanándose en predicar a los que todavía no habían escuchado la palabra de la fe y en transmitir el texto de los divinos evangelios.
3. Ellos sólo establecían los fundamentos en algunos lugares extranjeros e instituían a otros como pastores, confiando en sus manos el cultivo de los recién aceptados. Luego marchaban de nuevo a otros pueblos con la gracia y la ayuda de Dios, ya que todavía entonces se lievaban a cabo muchos y prodigiosos poderes del Espíritu divino por medio de ellos, de modo que, desde el primer momento de escucharlos, multitudes de hombres a una aceptaban de buen grado en sus almas la piedad del hacedor del Universo.
4. Pero como que no nos es posible enumerar por su nombre a cuantos, en la primera sucesión de los apóstoles y en la iglesia de toda la tierra, fueron pastores, o también los evangelistas, es lógico hacer mención escrita por sus nombres únicamente de los que todavía hasta ahora se conserva su transmisión, por sus recuerdos de la enseñanza apostólica.
Acerca de la carta de Clemente y de los textos que se le atribuyen falsamente
XXXVIII 1. Sin duda, de este modo son Ignacio, en las cartas que ya hemos enumerado, y Clemente, en la carta que todos admiten, la cual redactó en representación de la iglesia de Roma a la de Corinto. En esta carta expone muchos conceptos de la Epístola a los Hebreos y hasta hace uso de citas textuales, demostrando con ello claramente que se trata de un escrito reciente.
2. Por esta causa pareció lógico catalogarlo junto con los otros escritos del apóstol. Pues Pablo tuvo contacto por escrito con los hebreos por medio de su lengua patria. Unos afirman que este texto lo tradujo el evangelista Lucas, mientras que otros dicen que fue el mismo Clemente.
3. Esto último tal vez fuere más cierto, ya que la Carta de Clemente y la Epístola a los Hebreos mantienen un estilo parecido, y que los conceptos que exponen ambos escritos no se alejan mucho uno de los otros.
4. Sabemos que existe una segunda carta llamada de Clemente, pero, como la primera, no creemos que sea conocida, pues ni siquiera los antiguos, por lo que conocemos, hacían uso de ella.
5. Algunos muy recientemente han expuesto, como pertenecientes a Clemente, otros escritos elocuentes y largos que contienen los diálogos de Pedro y de Apión. Entre los antiguos no aparece mención alguna de estos textos ni mantienen puro el carácter de la ortodoxia apostólica. Por lo tanto, ya queda manifiesto cuál sea el escrito admitido de Clemente, y también nos hemos referido a los de Ignacio y Policarpo.
XXXIX 1. Dicen que existen cinco escritos de Papías con el título de Explicaciones de la palabra del Señor. Ireneo los menciona como los únicos escritos por Papías, cuando dice lo siguiente: «De esto también da testimonio escrito Papías, oyente de Juan, compañero de Policarpo y varón de los antiguos, en su cuarto libro. Porque él compuso cinco libros».
2. Esto según Ireneo. Pero Papías en ningún modo explica que él fuera oyente ni testigo ocular de los santos apóstoles, sino que enseña que acogió los asuntos de la fe de manos de los que lo conocieron; dice como sigue:
3. «No dudaré en añadir todo cuanto aprendí muy bien de los ancianos y que recuerdo perfectamente en mis explicaciones, pues sé con toda certidumbre que es verdad. Porque no me contentaba con lo que dicen muchos, como ocurre con la mayoría, sino con los que enseñan la verdad; tampoco con los que repiten mandamientos de otros, sino con los que recuerdan aquellos mandamientos que fueron dados a la fe procedentes del Señor y que tienen su origen en la verdad.
4. »Y si alguna vez llegaba alguien que había seguido a los ancianos, yo observaba las palabras de los ancianos, que era lo dicho por Andrés, o Pedro, o Felipe, o Tomás, o Jacobo, o Juan, o Mateo, o por cualquiera de los otros discípulos del Señor, e incluso lo que decían Aristión y el anciano Juan, discípulos del Señor, pues creí que no obtendría el mismo provecho de lo que aprendiera de los libros como lo aprendía por medio de una voz viva y perdurable».
5. Merece la pena indicar que menciona dos veces el nombre de Juan. El primero lo adjunta a la lista de Pedro, de Jacobo, de Mateo y de los restantes apóstoles (claramente refiriéndose al evangelista); el segundo, una vez concluido el discurso, lo pone junto con otros, separado de los apóstoles y precedido por Aristión, llamándole más claramente anciano.
6. De este modo queda demostrada la veracidad del relato de los que afirman que hubo varones con este mismo nombre en Asia, y en Éfeso dos tumbas que todavía ahora ambos dicen que son de Juan. Es preciso detenerse en esos detalles porque seguramente el segundo, si no se quiere primero, fue quien vio la revelación que lleva el nombre de Juan.
7. Así pues, Papías, de quien nos estamos ocupando ahora, reconoce que las palabras de los apóstoles las recibió de los que siguieron estando con ellos, pero dice que él escuchó personalmente a Aristión y a Juan el anciano; según esto, hace mención de ellos a menudo en sus escritos y también expone sus tradiciones.
8. Nadie diga que todo esto no nos sirve para nada. No obstante, merece la pena agregar a las palabras de Papías ya referidas otras que narran hechos extraños y otros puntos que, según él, le llegaron por la tradición.
9. Que el apóstol Felipe vivió en Hierápolis junto con sus hijas ya se expuso anteriormente, pero ahora hemos de señalar cómo Papías, que vivía por aquel tiempo, menciona que recibió de ellas una narración sorprendente. Cuenta que en su tiempo tuvo lugar la resurrección de un muerto y, aún más, otro portento acerca de Justo, de sobrenombre Barsabás, el cual bebió un preparado mortal pero, por la gracia del Señor, ningún mal sufrió.
10. Después de la ascensión del Señor, los santos apóstoles colocaron a este Justo con Matías y oraron con el fin de que por la suerte se completara su número en vez del traidor Judas. El texto de los Hechos que lo relata es el siguiente: «Y señalaron a dos: a José, llamado Barsabás, que tenía por sobrenombre Justo, y a Matías. Y orando, dijeron.»
11. Papías relata otros hechos que le llegaron por tradición oral, algunas parábolas extrañas del Salvador y de su enseñanza y otras aún más legendarias.
12. Una de ellas dice que después de la resurrección de los muertos habrá un milenio, cuando se establecerá corporalmente el reino dc Cristo sobre esta misma tierra. Me parece que él cree estas cosas porque ha malinterpretado la exposición de los apóstoles, pues no comprendió que ellos lo dijeron en figura y simbólicamente.
13. Ciertamente, por lo que se puede ver en sus escritos, se trata de un hombre simple. No obstante, él fue el responsable de que tantos autores eclesiásticos asumieran su misma creencia, besándose en la antigüedad de este varón, como, por ejemplo, Ireneo y quienquiera que muestre ideas semejantes.
14. En sus escritos, Papías expone otras explicaciones de las palabras del Señor procedentes de Aristión (ya mencionado) y otras tradiciones de Juan el anciano. Todos éstos se los recomendamos a cuantos deseen instruirse. Ahora debemos añadir a sus palabras ya citadas una tradición referente a Marcos, el que escribió el evangelio. Se expresa así:
15. «y el anciano decía lo siguiente: Marcos, que fue intérprete de Pedro, escribió con exactitud todo lo que recordaba, pero no en orden de lo que el Señor dijo e hizo. Porque él no oyó ni siguió personalmente al Señor, sino, como dije, después a Pedro. Éste llevaba a cabo sus enseñanzas de acuerdo con las necesidades, pero no como quien va ordenando las palabras del Señor, más de modo que Marcos no se equivocó en absoluto cuando escribía ciertas cosas como las tenía en su memoria. Porque todo su empeño lo puso en no olvidar nada de lo que escuchó y en no escribir nada falso».
16. Esto relata Papías referente a Marcos. Sobre Mateo dice así: «Mateo compuso su discurso en hebreo y cada cual lo fue traduciendo como pudo».
17. El mismo
autor hace uso de testimonios de la I Epístola de Juan y
también de la de Pedro. Refiere otro relato sobre una mujer expuesta
ante el Señor con muchos pecados, el cual se halla en el
Evangelio
de los Hebreos. Es necesario tener esto en cuenta, además de
lo que ya hemos expuesto.
Libro 2
Contenidos
Libro 4