Muerte de Pilatos, el que condenó a Jesús (Mors Pilati)
Misión de Volusiano en Jerusalén
I 1. Estando
Tiberio César, emperador de los romanos, afectado de una grave dolencia
y oyendo que había en Jerusalén un médico llamado
Jesús, que curaba todas las enfermedades con su palabra, y no sabiendo
que Pilatos y los judíos lo habían hecho perecer, dio esta
orden a uno de los empleados de su casa, llamado Volusiano: Ve al otro
lado del mar todo lo más pronto que puedas, y di a Pilatos, mi servidor
y amigo, que me envíe aquí ese médico, para que me
devuelva mi antigua salud.
2.
Y Volusiano, oyendo la orden del emperador, partió en seguida, y
fue a Pilatos, con arreglo a la orden que había recibido.
3.
Y expuso a Pilatos la comisión que el César le había
conferido, diciéndole: Tiberio, emperador de los romanos y tu señor,
sabiendo que en esta ciudad hay un médico que sólo con su
palabra cura las enfermedades, te pide que se lo envíes, para librarlo
de sus dolencias.
4.
Y Pilatos, al oirlo, quedó amedrentado, porque había hecho
morir a Jesús, conforme al deseo de los judíos, y respondió
al emisario, diciéndole: Ese hombre era un malhechor y un sediciosos
que se atraía todo el pueblo a sí, por lo cual y en vista
del consejo de los varones prudentes de la ciudad lo he hecho crucificar.
5.
Y, volviendo el emisario a su casa, halló una mujer llamada Verónica,
que había conocido a Jesús, y le dijo: ¡Oh mujer! ¿Y
cómo los judíos han hecho morir a un médico que había
en esta ciudad, y que curaba las enfermedades con sólo su palabra?
6.
Y ella se puso a llorar, diciendo: ¡Ah, señor, era mi Dios
y mi maestro aquel a quien Pilatos, por sugestión de los judíos,
ha hecho prender, condenar y crucificar!
7.
Y Volusiano, muy afligido, le dijo: Tengo un extremado dolor, porque no
puedo cumplir las órdenes que mi emperador me ha dado.
8.
Y Verónica le dijo: Como mi Señor iba de un sitio a otro
predicando, y yo estaba desolada, al verme privada de su presencia, quise
hacer pintar su imagen, a fin de que, cuantas veces sintiese el dolor de
su ausencia, tuviese al menos el consuelo de su retrato.
9.
Y, cuando yo llevaba al pintor un lienzo para hacerlo pintar, mi Señor
me encontró, y me preguntó adónde iba. Y, el indicarle
mi objeto, me pidió un paño, y me lo devolvió impreso
con la imagen de su venerada figura. Y si tu emperador la mira con devoción,
gozará de salud brevemente.
10.
Y Volusiano le dijo: ¿Puedo adquirir esa imagen a precio de oro
o de plata? Y ella contestó: No, ciertamente. Pero, por un sentimiento
de piedad, partiré contigo, llevando esta imagen al César,
para que la vea, y luego volveré.
11.
Y Volusiano fue a Roma con Verónica, y dijo al emperador Tiberio:
Hace tiempo que Pilatos y los judíos, por envidia, han condenado
a Jesús a la muerte afrentosa de la cruz. Pero ha venido conmigo
una matrona que trae consigo la imagen del mismo Jesús y, si tú
la contemplas devotamente, gozarás el beneficio de la curación.
12.
Y el César hizo extender telas de seda, y ordenó que se le
llevase la imagen y, en cuanto la hubo mirado, volvió a su primitiva
salud.
Castigo de Pilatos
II 1. Y
Pilatos, por orden de Tiberio, fue preso y conducido a Roma. Y, sabiendo
el César que había llegado a la ciudad, se llenó de
furor contra él, y ordenó que se lo presentasen.
2.
Y Pilatos había traído consigo la túnica de Jesús,
y la llevaba sobre sí, cuando compareció ante el emperador.
3.
Y apenas el emperador lo vio, se apaciguó toda su cólera,
y se levantó al verlo, y no le dirigió ninguna palabra dura,
y, si en su ausencia se había mostrado terrible y lleno de ira,
en su presencia sólo mostró dulzura.
4.
Y, cuando se lo hubieron llevado, de nuevo se enfureció contra él
de un modo espantoso, diciendo que era muy desgraciado por no haber podido
mostrarle la cólera que llenaba su corazón. Y lo hizo otra
vez llamar, jurando que era merecedor de la muerte, e indigno de vivir
sobre la tierra.
5.
Y, cuando volvió a verlo, lo saludó, y desapareció
toda su cólera. Y todos los presentes se asombraban, y también
el emperador, de estar tan irritado contra Pilatos, cuando salía,
y de no poder decirle nada amenazador, cuando estaba ante él.
6.
Y, al fin, cediendo a un impulso divino, o acaso por consejo de algún
cristiano, le hizo quitar su túnica, y al momento se sintió
lleno de cólera contra él. Y, sorprendiéndole mucho
al emperador todas estas cosas, se le dijo que aquella túnica había
sido del Señor Jesús.
7.
Y el emperador ordenó tener preso a Pilatos hasta resolver, con
consejo de los prudentes, lo que convenía hacer con él.
8.
Y, pocos días más tarde, se dictó una sentencia, que
condenaba a Pilatos a una muerte muy ignominiosa. Y Pilatos, sabiéndolo,
se mató con su propio cuchillo, y puso de este modo fin a su vida.
9.
Y, sabedor el César de la muerte de Pilatos, dijo: En verdad que
ha muerto de muerte bien ignominiosa, pues ni su propio cuchillo lo ha
perdonado. Y el cuerpo de Pilatos, sujeto a una gran rueda de molino, fue
lanzado al Tíber.
10.
Y los espíritus malos e impuros, gozándose en aquel cuerpo
impuro y malo, se agitaban en el agua, y producían tempestades,
y truenos, y grandes trastornos en los aires, con lo que todo el pueblo
era presa de pavor. Y los romanos retiraron del Tíber el cuerpo
de Pilatos, y lo llevaron a Vienne y lo arrojaron al Ródano, porque
Vienne significa camino de la gehhena, y era un sitio de exportación.
11.
Y los espíritus malignos, reunidos en caterva, continuaron haciendo
lo que en Roma. Y, no pudiendo los habitantes soportar el ser así
atormentados por los demonios, alejaron de sí aquel motivo de maldición,
y lo hicieron enterrar en el territorio y ciudad de Lausana.
12.
Y, como los demonios no dejaban de inquietar a los habitantes, se lo alejó
más y se lo arrojó en un estanque rodeado de montañas,
donde, según los relatos, las maquinaciones de los diablos se manifiestan
aún por el burbujear de las aguas.