Hechos de Pilatos (Acta Pilati)
Acusado por los príncipes de los judíos, Jesús comparece ante Pilatos realizado a su entrada en el pretorio
I 1.
Yo, Emeo, israelita de nación, doctor de la ley en Palestina, intérprete
de las Divinas Escrituras, lleno de fe en la grandeza de Nuestro Señor
Jesucristo, revestido del carácter sagrado del santo bautismo, e
investigador de las cosas que acaecieron, y que hicieron los judíos,
bajo la gobernación de Cneo Poncio Pilatos, trayendo a la memoria
el relato de esos hechos, escrito por Nicodemo en lengua hebrea, lo traduje
en lengua griega, para darlo a conocer a todos los que adoran el nombre
del Salvador del mundo.
2. Y lo he
hecho bajo el imperio de Flavio Teodosio, en el año decimoctavo
de su reinado y bajo Valentiniano.
3. Y os suplico
a cuantos leáis tales cosas, en libros griegos o latinos, que oréis
por mí, pobre pecador, a fin de que Dios me sea favorable y que
me perdone todas las culpas que haya cometido. Con lo cual, y deseando
paz a los lectores, y salud a los que entiendan, termino mi prefacio.
4. Lo que
voy a contar ocurrió el año decimoctavo del reinado de Tiberio
César, emperador de los romanos, y de Herodes, hijo de Herodes,
monarca de Galilea, el año decimoctavo de su dominación,
el ocho de las calendas de abril, que es el día 25 del mes de marzo,
bajo el consulado de Rufino y de Rubelión, el año IV de la
olimpíada 202, cuando Josefo y Caifás eran grandes sacerdotes
de los judíos. Entonces escribió Nicodemo, en lengua hebrea,
todo lo sucedido en la pasión y en la crucifixión de Jesús.
5. Y fue que
varios judíos de calidad, Anás, Caifás, Sommas, Dathan,
Gamaliel, Judas, Levi, Nephtalim, Alejandro, Siro y otros príncipes
visitaron a Pilatos, y acusaron a Jesús de muchas cosas malas, diciendo:
Nosotros lo conocemos por hijo de José el carpintero y por nacido
de María. Sin embargo, él pretende que es hijo de Dios y
rey de todos los hombres, y no sólo con palabras, mas con hechos,
profana el sábado y viola la ley de nuestros padres.
6. Preguntó
Pilatos: ¿Qué es lo que dice, y qué es lo que quiere
disolver en vuestro pueblo?
7. Y los judíos
contestaron: La ley, confirmada por nuestras costumbres, manda santificar
el sábado y prohíbe curar en este día. Mas Jesús,
en él, cura ciegos, sordos, cojos, paralíticos, leprosos,
poseídos, sin ver que ejecuta malas acciones.
8. Pilatos
repuso: ¿Cómo pueden ser malas acciones ésas?
9. Y ellos
replicaron: Mago es, puesto que por Beelzebuh, príncipe de los demonios,
expulsa los demonios, y por él también todas las cosas le
están sometidas.
10. Dijo Pilatos:
No es el espíritu inmundo quien puede expulsar los demonios, sino
la virtud de Dios.
11. Pero uno de los
judíos respondió por todos: Te rogamos hagas venir a Jesús
a tu tribunal, para que lo veas y lo oigas.
12. Y Pilatos
llamó a un mensajero y le ordenó: Trae a Jesús a mi
presencia y trátalo con dulzura.
13. Y el mensajero
salió, y habiendo visto a Jesús, a quien muy bien conocía,
tendió su manto ante él y se arrojó a sus pies, diciéndole:
Señor, camina sobre este manto de tu siervo, porque el gobernador
te llama.
14. Viendo
lo cual, los judíos, llenos de enojo, se dirigieron en son de queja
a Pilatos, y le dijeron: Debieras haberlo mandado traer a tu presencia
no por un mensajero, sino por la voz de tu heraldo. Porque el mensajero,
al verlo, lo adoró, y extendió ante Jesús su manto,
rogándole que caminase sobre él.
15. Y Pilatos
llamó al mensajero y le preguntó: ¿Por qué
obraste así?
16. El mensajero,
respondiendo, dijo: Cuando me enviaste a Jerusalén cerca de Alejandro,
vi a Jesús caballero sobre un asno y a los niños de los hebreos
que, con ramas de árbol en sus manos, gritaban: Salve, hijo de David.
Y otros, extendiendo sus vestidos por el camino, decían: Salud al
que está en los cielos. Bendito el que viene en nombre del Señor.
17. Mas los,
judíos respondieron al mensajero, exclamando: Aquellos niños
de los hebreos se expresaban en hebreo. ¿Cómo tú,
que eres griego, comprendiste palabras pronunciadas en una lengua que no
es la tuya?
18. Y el mensajero
contestó: Interrogué a uno de los judíos sobre lo
que quería decir lo que pronunciaban en hebreo y él me lo
explicó.
19. Entonces
Pilatos intervino, preguntando: ¿Cuál era la exclamación
que pronunciaban en hebreo? Y los judíos respondieron: Hosanna.
Y Pilatos repuso: ¿Cuya es la significación de ese término?
Y los judíos replicaron: ¡Señor, salud! Y Pilatos dijo:
Vosotros mismos confirmáis que los niños se expresaban de
ese modo. ¿En qué, pues, es culpable el mensajero?
20. Y los
judíos se callaron. Mas el gobernador dijo al mensajero: Sal, e
introdúcelo.
21. Y el mensajero
fue hacia Jesús, y le dijo: Señor, entra, porque el gobernador
te llama.
22. Y, al
entrar Jesús en el Pretorio, las imágenes que los abanderados
llevaban por encima de sus estandartes se inclinaron por sí mismas
y adoraron a aquél. Y los judíos, viendo que las imágenes
se habían inclinado por sí mismas, para adorar a Jesús,
elevaron gran clamoreo contra los abanderados.
23. Entonces
Pilatos dijo a los judíos: Noto que no rendís homenaje a
Jesús, a pesar de que ante él se han inclinado las imágenes
para saludarlo, y, en cambio, despotricáis contra los abanderados,
como si ellos mismos hubiesen inclinado sus pendones y adorado a Jesús.
Y los judíos repusieron: Los hemos visto proceder tal como tú
indicas.
24. Y el gobernador
hizo que se aproximasen los abanderados y les preguntó por qué
habían hecho aquello. Mas los abanderados respondieron a Pilatos:
Somos paganos y esclavos de los templos. ¿Concibes siquiera que
hubiéramos podido adorar a ese judío? Las banderas que empuñábamos
se han inclinado por sí mismas, para adorarlo.
25. En vista
de esta contestación, Pilatos dijo a los jefes de la Sinagoga y
a los ancianos del pueblo: Elegid por vuestra cuenta hombres fuertes y
robustos, que empuñen las banderas, y veremos si ellas se inclinan
por sí mismas.
26. Y los
ancianos de los judíos escogieron doce varones muy fornidos de su
raza, en cuyas manos pusieron las banderas, y los formaron en presencia
del gobernador. Y Pilatos dijo al mensajero: Conduce a Jesús fuera
del Pretorio, e introdúcelo en seguida. Y Jesús salió
del Pretorio con el mensajero.
27. Y Pilatos,
dirigiéndose a los que empuñaban las banderas, los conminó,
haciendo juramento por la salud del César: Si las banderas se inclinan
cuando él entre, os haré cortar la cabeza.
28. Y el gobernador
ordenó que entrase Jesús por segunda vez. Y el mensajero
rogó de nuevo a Jesús que entrase, pasando sobre el manto
que había extendido en tierra. Y Jesús lo hizo y, cuando
entró, las banderas se inclinaron y lo adoraron.
Testimonios adversos y favorables a Jesús
II 1.
Viendo esto, Pilatos quedó sobrecogido de espanto y comenzó
a agitarse en su asiento. Y, cuando pensaba en levantarse, su mujer, llamada
Claudia Prócula, le envió un propio para decirle: No hagas
nada contra ese justo, porque he sufrido mucho en sueños esta noche
a causa de él.
2. Pilatos,
que tal oyó, dijo a todos los judíos: Bien sabéis
que mi esposa es pagana y que, sin embargo, ha hecho construir para vosotros
numerosas sinagogas. Pues bien: acaba de mandarme a decir que Jesús
es un hombre justo y que ha sufrido mucho en sueños esta noche a
causa de él.
3. Mas los
judíos respondieron a Pilatos: ¿No te habíamos dicho
que era un encantador? He aquí que ha enviado a tu esposa un sueño.
4. Y Pilatos,
llamando a Jesús, le preguntó: ¿No oyes lo que éstos
dicen contra ti? ¿Nada contestas?
5. Jesús
repuso: Si no tuviesen la facultad de hablar, no hablarían. Empero,
cada uno puede a su grado abrir la boca y decir cosas buenas o malas.
6. Los ancianos
de los judíos replicaron a Jesús: ¿Qué es lo
que decimos? Primero, que has nacido de la fornicación; segundo,
que el lugar de tu nacimiento fue Bethlehem y que, por causa tuya, fueron
degollados todos los niños de tu edad; y tercero, que tu padre y
tu madre huyeron contigo a Egipto, porque no tenían confianza en
el pueblo.
7. Pero algunos
judíos que allí se encontraban, y que eran menos perversos
que los otros, decían: No afirmaremos que procede de la fornicación,
porque sabemos que María se casó con José y que, por
ende, Jesús no es hijo ilegítimo.
8. Y Pilatos
dijo a los judíos que mantenían ser Jesús producto
de fornicación: Vuestro discurso es mentiroso, puesto que hubo casamiento,
según lo atestiguan personas de vuestra clase.
9. Empero
Anás y Caifás insistieron ante Pilatos, diciendo: Toda la
multitud grita que ha nacido de la fornicación y que es un hechicero.
Y esos que deponen en contra son sus prosélitos y sus discípulos.
10. Preguntó
Pilatos: ¿Qué es eso de prosélitos? Y ellos respondieron:
Son hijos de paganos, que ahora se han hecho judíos.
11. Mas Lázaro,
Asterio, Antonio, Jacobo, Zaro, Samuel, Isaac, Fineo, Crispo, Agripa, Amenio
y Judas dijeron entonces: No somos prosélitos, sino hijos de judíos,
y decimos la verdad, porque hemos asistido a las bodas de María.
12. Y Pilatos,
dirigiéndose a los doce hombres que así habían hablado,
les dijo: Os ordeno, por la salud del César, que declaréis
si decís la verdad y si Jesús no ha nacido de la fornicación.
13. Y ellos
contestaron a Pilatos: Nuestra ley nos prohíbe jurar, porque es
un pecado. Ordena a ésos que juren, por la salud del César,
ser falso lo que nosotros decimos y habremos merecido la muerte.
14. Anás
y Caifás dijeron a Pilatos: ¿Creerás a estos doce
hombres, que pretenden que no ha nacido de la fornicación y no nos
creerás a nosotros, que aseguramos que es un mago, y que se llama
a sí mismo hijo de Dios y rey de los hombres?
15. Entonces
Pilatos ordenó que saliese todo el pueblo, y que se pusiese aparte
a Jesús y, dirigiéndose a los que habían aseverado
que éste no era hijo de la fornicación, les preguntó:
¿Por qué los judíos quieren hacer perecer a Jesús?
Y ellos le respondieron: Están irritados contra él, porque
opera curaciones en día de sábado. Pilatos exclamó:
¿Quieren, pues, hacerlo perecer, por ejecutar una buena obra? Y
ellos confirmaron: Así es, en efecto.
Diálogo entre Jesús y Pilatos
III 1.
Lleno de cólera, Pilatos salió del Pretorio, y dijo a los
judíos: Pongo al sol por testigo de que nada he encontrado de reprensible
en ese hombre.
2. Mas los
judíos respondieron al gobernador: Si no fuese un brujo, no te lo
hubiéramos entregado. Pilatos dijo: Tomadlo y juzgadlo según
vuestra ley. Mas los judíos repusieron: No nos está permitido
matar a nadie. Y Pilatos redarguyó: Es a vosotros, y no a mí,
a quien Dios preceptuó: No matarás.
3. Y, vuelto
al Pretorio, Pilatos llamó a Jesús a solas, y lo interrogó:
¿Eres tú el rey de los judíos? Y Jesús respondió:
¿Dices esto de ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?
4. Pilatos
repuso: ¿Por ventura soy judío yo? Tu nación y los
príncipes de los sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué
has hecho?
5. Contestó
Jesús: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo,
mis servidores habrían peleado para que yo no fuera entregado a
los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
6. Pilatos
exclamó: ¿Luego rey eres tú? Replicó Jesús:
Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido
al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que oye mi palabra la verdad
escucha.
7. Dijo Pilatos:
¿Qué es la verdad? Y Jesús respondió: La verdad
viene del cielo. Pilatos le preguntó: ¿No hay, pues, verdad
sobre esta tierra? Y Jesús dijo: Mira cómo los que manifiestan
la verdad sobre la tierra son juzgados por los que tienen poder sobre la
tierra.
Nuevos cargos de los judíos contra Jesús
IV 1.
Dejando a Jesús en el interior del Pretorio, Pilatos salió,
y se fue hacia los judíos, a quienes dijo: No encuentro en él
falta alguna.
2. Mas los
judíos repusieron: Él ha dicho que podía destruir
el templo, y reedificarlo en tres días.
3. Pilatos
les preguntó: ¿Qué es el templo? Y los judíos
contestaron: El que Salomón tardó cuarenta y seis años
en construir, y él asegura que, en sólo tres días,
puede aniquilarlo y volver a levantarlo otra vez.
4. Y Pilatos
afirmó de nuevo: Inocente soy de la sangre de este hombre. Ved lo
que os toca hacer con él.
5. Y los judíos
gritaron: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!
6. Entonces
Pilatos, llamando a los ancianos, a los sacerdotes y a los levitas, les
comunicó en secreto: No obréis así, porque nada hallo
digno de muerte en lo que le reprocháis de haber violado el sábado.
Mas ellos opusieron: El que ha blasfemado contra el César es digno
de muerte. Y él ha hecho más, pues ha blasfemado contra Dios.
7. Ante esta
pertinacia en la acusación, Pilatos mandó a los judíos
que saliesen del Pretorio y, llamando a Jesús, le dijo: ¿Qué
haré a tu respecto? Jesús dijo: Haz lo que debes. Y Pilatos
preguntó a los judíos: ¿Cómo debo obrar? Jesús
respondió: Moisés y los profetas han predicho esta pasión
y mi resurrección.
8. Al oír
esto, los judíos dijeron a Pilatos: ¿Quieres escuchar más
tiempo sus blasfemias? Nuestra ley estatuye que, si un hombre peca contra
su prójimo, recibirá cuarenta azotes menos uno, y que el
blasfemo será castigado con la muerte.
9. Y Pilatos
expuso: Si su discurso es blasfematorio, tomadlo, conducidlo a vuestra
Sinagoga, y juzgadlo según vuestra ley. Mas los judíos dijeron:
Queremos que sea crucificado. Pilatos les dijo: Eso no es justo. Y, mirando
a la asamblea, vio a varios judíos que lloraban, y exclamó:
No es voluntad de toda la multitud que muera.
10. Empero,
los ancianos dijeron a Pilatos: Para que muera hemos venido aquí
todos. Y Pilatos preguntó a los judíos: ¿Qué
ha hecho, para merecer la muerte? Y ellos respondieron: Ha dicho que era
rey e hijo de Dios.
Defensa de Jesús por Nicodemo
V 1.
Entonces un judío llamado Nicodemo se acercó al gobernador
y le dijo: Te ruego me permitas, en tu misericordia, decir algunas palabras.
Y Pilatos le dijo: Habla.
2. Y Nicodemo
dijo: Yo he preguntado a los ancianos, a los sacerdotes, a los levitas,
a los escribas, a toda la multitud de los judíos, en la Sinagoga:
¿Qué queja o agravio tenéis contra este hombre? Él
hace numerosos y extraordinarios milagros, tales como nadie los ha hecho,
ni se harán jamás. Dejadlo, y no le causéís
mal alguno, porque si esos milagros vienen de Dios, serán estables
y, si vienen de los hombres, perecerán. Moisés, a quien Dios
envió a Egipto, realizó los milagros que el Señor
le había ordenado hacer, en presencia del Faraón. Y había
allí magos, Jamnés y Mambrés, a quienes los egipcios
miraban como dioses, y que quisieron hacer los mismos milagros que Moisés,
mas no pudieron imitarlos todos. Y, como los milagros que operaron no provenían
de Dios, perecieron, como perecieron también los que en ellos habían
creído. Ahora, pues, dejad, repito, a este hombre, porque no merece
la muerte.
3. Mas los
judíos dijeron a Nicodemo: Te has hecho discípulo suyo y
por ello levantas tu voz en su favor.
4. Nicodemo
replicó: ¿Es que el gobernador, que habla también
en su favor, es discípulo suyo? ¿Es que el César no
le ha conferido la misión de ser su ejecutor de la justicia?
5. Mas los
judíos, estremecidos de cólera, tremaron los dientes contra
Nicodemo, a quien dijeron: Crees en él, y compartirás la
misma suerte que él.
6. Y Nicodemo
repuso: Así sea. Comparta yo la misma suerte que él, según
que vosotros lo decís.
Nuevos testimonios favorables a Jesús
VI 1.
Y otro de los judíos avanzó, pidiendo al gobernador permiso
para hablar. Y Pilatos repuso: Lo que quieras decir, dilo.
2. Y el judío
habló así: Hacía treinta años que yacía
en mi lecho, y era constantemente presa de grandes sufrimientos, y me hallaba
en peligro de perder la vida. Jesús vino, y muchos demoníacos
y gentes afligidas de diversas enfermedades fueron curadas por él.
Y unos jóvenes piadosos me llevaron a presencia suya en mi lecho.
Y Jesús, al yerme, se compadeció de mí y me dijo:
Levántate, toma tu lecho, y marcha. Y, en el acto, quedé
completamente curado, tomé mi lecho y marché.
3. Mas los
judíos dijeron a Pilatos: Pregúntale en qué día
fue curado. Y él respondió: En día de sábado.
Y los judíos exclamaron: ¿No decíamos que en día
de sábado curaba las enfermedades y expulsaba los demonios?
4. Y otro
judío avanzó y dijo: Yo era un ciego de nacimiento, que oía
hablar, pero que a nadie veía. Y Jesús pasó, y yo
me dirigí a él, gritando en alta voz: ¡Jesús,
hijo de David, ten piedad de mí! Y él tuvo piedad de mí,
y puso su mano sobre mis ojos, e inmediatamente recobré la vista.
5. Y otro
avanzó y dijo: Yo era leproso, y él me curó con una
sola palabra.
Testimonio de la Verónica
VII 1.
Y una mujer, llamada Verónica, dijo: Doce años venía
afligiéndome un flujo de sangre y, con sólo tocar el borde
de su vestido, el flujo se detuvo en el mismo momento.
2. Y los judíos
exclamaron: Según nuestra ley, una mujer no puede venir a deponer
como testigo.
Testimonio colectivo de la multitud
VIII 1.
Y algunos otros de la multitud de los judíos, varones y hembras,
se pusieron a gritar: ¡Ese hombre es un profeta, y los demonios le
están sometidos! Entonces Pilatos preguntó a los acusadores
de Jesús: ¿ Por qué los demonios no están sometidos
a vuestros doctores? Y ellos contestaron: No lo sabemos.
2. Y otros
dijeron a Pilatos: Ha resucitado a Lázaro, que llevaba cuatro días
muerto, y lo ha sacado del sepulcro.
3. Al oír
esto, el gobernador quedó aterrado, y dijo a los judíos:
¿De qué nos servirá verter sangre inocente?
Las turbas prefieren la libertad de Barrabás a la de Jesús. Pilatos se lava las manos
IX 1.
Y Pilatos, llamando a Nicodemo y a los doce hombres que decían que
Jesús no había nacido de la fornicación, les habló
así: ¿Qué debo hacer ante la sedición que ha
estallado en el pueblo? Respondieron: Lo ignoramos. Véanlo ellos
mismos.
2. Y Pilatos,
convocando de nuevo a la muchedumbre, dijo a los judíos: Sabéis
que, según costumbre, el día de los Ázimos os concedo
la gracia de soltar a un preso. Encarcelado tengo a un famoso asesino,
que se llama Barrabás, y no encuentro en Jesús nada que merezca
la muerte. ¿A cuál de los dos queréis que os suelte?
Y todos respondieron a voz en grito: ¡Suéltanos a Barrabás!
3. Pilatos repuso:
¿Qué haré, pues, de Jesús, llamado el Cristo?
Y exclamaron todos: ¡Sea crucificado!
4. Y los judíos
dijeron también: Demostrarás no ser amigo del César
si pones en libertad al que se llama a sí mismo rey e hijo de Dios.
Y aun quizá deseas que él sea rey en lugar del César.
5. Entonces
Pilatos montó en cólera y les dijo: Siempre habéis
sido una raza sediciosa, y os habéis opuesto a los que estaban por
vosotros.
6. Y los judíos
preguntaron: ¿Quiénes son los que estaban por nosotros?
7. Y Pilatos
respondió: Vuestro Dios, que os libró de la dura servidumbre
de los egipcios y que os condujo a pie por la mar seca, y que os dio, en
el desierto, el maná y la carne de las codornices para vuestra alimentación,
y que hizo salir de una roca agua para saciar vuestra sed, y contra el
cual, a pesar de tantos favores, no habéis cesado de rebelaros,
hasta el punto de que Él quiso haceros perecer. Y Moisés
rogó por vosotros, a fin de que no perecieseis. Y ahora decís
que yo odio al rey.
8. Mas los
judíos gritaron: Nosotros sabemos que nuestro rey es el César,
y no Jesús. Porque los magos le ofrecieron presentes como a un rey.
Y Herodes, sabedor por los magos de que un rey había nacido, procuró
matarlo. Enterado de ello José, su padre, lo tomó junto con
su madre, y huyeron los tres a Egipto. Y Herodes mandó dar muerte
a los hijos de los judíos, que por aquel entonces habían
nacido en Bethlehem.
9. Al oír
estas palabras, Pilatos se aterrorizó y, cuando se restableció
la calma entre el pueblo que gritaba, dijo: El que buscaba Herodes ¿es
el que está aquí presente? Y le respondieron: El mismo es.
10. Y Pilatos
tomó agua y se lavó las manos ante el pueblo, diciendo: Inocente
soy de la sangre de este justo. Pensad bien lo que vais a hacer. Y los
judíos repitieron: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre
nuestros hijos!
11. Entonces
Pilatos ordenó que se trajese a Jesús al tribunal en que
estaba sentado, y prosiguió en estos términos, al dictar
sentencia contra él: Tu raza no te quiere por rey. Ordeno, pues,
que seas azotado, conforme a los estatutos de los antiguos príncipes.
12. Y mandó
en seguida que se lo crucificase en el lugar en que había sido detenido,
con dos malhechores, cuyos nombres eran Dimas y Gestas.
Jesús en el Gólgota
X 1.
Y Jesús salió del Pretorio y los dos ladrones con él.
Y cuando llegó al lugar que se llama Gólgota, los soldados
lo desnudaron de sus vestiduras y le ciñeron un lienzo, y pusieron
sobre su cabeza una corona de espinas y colocaron una caña en sus
manos. Y crucificaron igualmente a los dos ladrones a sus lados, Dimas
a su derecha y Gestas a su izquierda.
2. Y Jesús
dijo: Padre, perdónalos, y déjalos libres de castigo, porque
no saben lo que hacen. Y ellos repartieron entre sí sus vestiduras.
3. Y el pueblo
estaba presente, y los príncipes, los ancianos y los jueces se burlaban
de Jesús, diciendo: Puesto que a otros salvó, que se salve
a sí mismo. Y si es hijo de Dios, que descienda de la cruz.
4. Y los soldados
se mofaban de él, y le ofrecían vinagre mezclado con hiel,
exclamando: Si eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
5. Y un soldado,
llamado Longinos, tomando una lanza, le perforó el costado, del
cual salió sangre y agua.
6. Y el gobernador
ordenó que, conforme a la acusación de los judíos,
se inscribiese sobre un rótulo, en letras hebraicas, griegas y latinas:
Éste es el rey de los judíos.
7. Y uno de
los ladrones que estaban crucificados, Gestas, dijo a Jesús: Si
eres el Cristo, líbrate y libértanos a nosotros. Mas Dimas
lo reprendió, diciéndole: ¿No temes a Dios tú,
que eres de aquellos sobre los cuales ha recaído condena? Nosotros
recibimos el castigo justo de lo que hemos cometido, pero él no
ha hecho ningún mal. Y, una vez hubo censurado a su compañero,
exclamó, dirigiéndose a Jesús: Acuérdate de
mí, señor en tu reino. Y Jesús le respondió:
En verdad te digo que hoy serás conmigo en el paraíso.
Muerte de Jesús
XI 1.
Era entonces como la hora de sexta del día y grandes tinieblas se
esparcieron por toda la tierra hasta la hora de nona. El sol se oscureció,
y he aquí que el velo del templo se rasgó en dos partes de
alto abajo.
2. Y hacia
la hora de nona, Jesús clamó a gran voz: Hely, Hely, lama
zabathani, lo que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?
3. Y en seguida
murmuró: Padre mío, encomiendo mi espíritu entre tus
manos. Y, dicho esto, entregó el espíritu.
4. Y el centurión,
al ver lo que había pasado, glorificó a Dios, diciendo: Este
hombre era justo. Y todos los espectadores, turbados por lo que habían
visto, volvieron a sus casas, golpeando sus pechos.
5. Y el centurión
refirió lo que había ocurrido al gobernador, el cual se llenó
de aflicción extrema y ni el uno, ni el otro comieron, ni bebieron,
aquel día.
6. Y Pilatos,
convocando a los judíos, les preguntó: ¿Habéis
sido testigos de lo que ha sucedido? Y ellos respondieron al gobernador:
El sol se ha eclipsado de la manera habitual.
7. Y todos
los que amaban a Jesús se mantenían a lo lejos, así
como las mujeres que lo habían seguido desde Galilea.
8. Y he aquí
que un hombre llamado José, varón bueno y justo, que no había
tomado parte en las acusaciones y en las maldades de los judíos,
que era de Arimatea, ciudad de Judea, y que esperaba el reino de Dios,
pidió a Pilatos el cuerpo de Jesús.
9. Y, bajándolo
de la cruz, lo envolvió en un lienzo muy blanco, y lo depositó
en una tumba completamente nueva, que había hecho construir para
sí mismo, y en la cual ninguna persona había sido sepultada.
Los judíos amenazan a Nicodemo y encierran en un calabozo a José de Arimatea
XII 1.
Sabedores los judíos de que José había pedido el cuerpo
de Jesús, lo buscaron, como también a los doce hombres que
habían declarado que Jesús no naciera de la fornicación,
y a Nicodemo y a los demás que habían comparecido ante Pilatos,
y dado testimonio de las buenas obras del Salvador.
2. Todos se
ocultaban y únicamente Nicodemo, por ser príncipe de los
judíos, se mostró a ellos, y les preguntó: ¿Cómo
habéis entrado en la Sinagoga?
3. Y ellos
le respondieron: Y tú, ¿cómo has entrado en la Sinagoga,
cuando eras adepto del Cristo? Ojalá tengas tu parte con él
en los siglos futuros. Y Nicodemo contestó: Así sea.
4. Y José
se presentó igualmente a ellos y les dijo: ¿Por qué
estáis irritados contra mí, a causa de haber yo pedido a
Pilatos el cuerpo de Jesús? He aquí que yo lo he depositado
en mi propia tumba, y lo he envuelto en un lienzo muy blanco, y he colocado
una gran piedra al lado de la gruta. Habéis obrado mal contra el
justo, y lo habéis crucificado, y lo habéis atravesado a
lanzadas.
5. Al oír
esto, los judíos se apoderaron de José y lo encerraron, hasta
que pasase el día del sábado. Y le dijeron: En este momento,
por ser tal día, nada podemos hacer contra ti. Pero sabemos que
no eres digno de sepultura y abandonaremos tu carne a las aves del cielo
y a las bestias de la tierra.
6. Y José
respondió: Esas vuestras palabras son semejantes a las de Goliath
el soberbio, que se levantó contra el Dios vivo, y a quien hirió
David. Dios ha dicho por la voz del profeta: Me reservaré la venganza.
Y Pilatos, con el corazón endurecido, lavó sus manos en pleno
sol, exclamando: Inocente soy de la sangre de ese justo. Y vosotros habéis
contestado: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!
Y mucho temo que la cólera de Dios caiga sobre vosotros y sobre
vuestros hijos, como habéis proclamado.
7. Al oír
a José expresarse de este modo, los judíos se llenaron de
rabia, y, apoderándose de él, lo encerraron en un calabozo
sin reja que dejara penetrar el menor rayo de luz. Y Anás y Caifás
colocaron guardias a la puerta y pusieron su sello sobre la llave.
8. Y tuvieron
consejo con los sacerdotes y con los levitas, para que se reuniesen todos
después del día del sábado, y deliberasen sobre qué
genero de muerte infligirían a José.
9. Y cuando
estuvieron reunidos, Anás y Caifás ordenaron que se les trajese
a José. Y, quitando el sello, abrieron la puerta y no encontraron
a José en el calabozo en que lo habían encerrado. Y toda
la asamblea quedó sumida en el mayor estupor, porque habían
encontrado sellada la puerta. Y Anás y Caifás se retiraron.
Los soldados atestiguan la resurrección de Jesús. Temor de los judíos, al saberlo
XIII 1.
Y, mientras ellos no salían de su asombro, uno de los soldados a
quienes habían encomendado la guardia del sepulcro entró
en la Sinagoga y dijo: Cuando vigilábamos la tumba de Jesús,
la tierra tembló y hemos visto a un ángel de Dios, que quitó
la piedra del sepulcro y que se sentó sobre ella. Y su semblante
brillaba como el relámpago y sus vestidos eran blancos como la nieve.
Y nosotros quedamos como muertos de espanto. Y oímos al ángel
que decía a las mujeres que habían ido al sepulcro de Jesús:
No temáis. Sé que buscáis a Jesús el crucificado,
el cual resucitó, como lo había predicho. Venid, y ved el
lugar en que había sido colocado, y apresuraos a avisar a sus discípulos
que ha resurgido de entre los muertos, y que va delante de vosotros a Galilea,
donde lo veréis.
2. Y los judíos,
convocando a todos los soldados que habían puesto para guardar a
Jesús, les preguntaron: ¿Qué mujeres fueron aquellas
a quienes el ángel habló? ¿Por qué no os habéis
apoderado de ellas?
3. Replicaron
los soldados: No sabemos qué mujeres eran, y quedamos como difuntos,
por el mucho temor que nos inspiró el ángel. ¿Cómo,
en estas condiciones, habríamos podido apoderarnos de dichas mujeres?
4. Los judíos
exclamaron: ¡Por la vida del Señor, que no os creemos! Y los
soldados respondieron a los judíos: Habéis visto a Jesús
hacer milagros, y no habéis creído en él. ¿Cómo
creeríais en nuestras palabras? Con razón juráis por
la vida del Señor, pues vive el Señor a quien encerrasteis
en el sepulcro. Hemos sabido que habéis encarcelado en un calabozo,
cuya puerta habéis sellado, a ese José que embalsamó
el cuerpo de Jesús, y que, cuando fuisteis a buscarlo, no lo encontrasteis.
Devolvednos a José, a quien aprisionasteis, y os devolveremos a
Jesús, cuyo sepulcro hemos guardado.
5. Los judíos
dijeron: Devolvednos a Jesús y os devolveremos a José, porque
éste se halla en la ciudad de Arimatea. Mas los soldados contestaron:
Si José está en Arimatea, Jesús está en Galilea,
puesto que así lo anunció a las mujeres el ángel.
6. Oído
lo cual, los judíos se sintieron poseídos de temor y se dijeron
entre sí: Cuando el pueblo escuche estos discursos, todos en Jesús
creerán.
7. Y reunieron
una gruesa suma de dinero, que entregaron a los soldados, advirtiéndoles:
Decid que, mientras dormíais, llegaron los discípulos de
Jesús al sepulcro y robaron su cuerpo. Y, si el gobernador Pilatos
se entera de ello, lo apaciguaremos en vuestro favor y no seréis
inquietados.
8. Y los soldados,
tomando el dinero, dijeron lo que los judíos les habían recomendado.
Intrigas de los judíos para invalidarla resurrección de Jesús
XIV 1.
Y un sacerdote llamado Fineo, y el maestro de escuela Addas, y el levita
Ageo llegaron los tres de Galilea a Jerusalén, y dijeron a todos
los que estaban en la Sinagoga: A Jesús, por vosotros crucificado,
lo hemos visto en el Monte los Olivos, sentado entre sus discípulos,
hablando con ellos y diciéndoles: Id por el mundo, predicad a todas
las naciones, y bautizad a los gentiles en el nombre del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo. Y el que crea y sea bautizado será
salvo. Y, no bien hubo dicho estas cosas a sus discípulos, lo vimos
subir al cielo.
2. Al oír
esto, los príncipes de los sacerdotes, los ancianos del pueblo y
los levitas dijeron a aquellos tres hombres: Glorificad al Dios de Israel,
y tomadlo por testigo de que lo que habéis visto y oído es
verdadero.
3. Y ellos
respondieron: Por la vida del Señor de nuestros padres, Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob, declaramos decir la verdad. Hemos oído
a Jesús hablar con sus discípulos y lo hemos visto subir
al cielo. Si callásemos ambas cosas, cometeríamos un pecado.
4. Y los príncipes
de los sacerdotes, levantándose en seguida, exclamaron: No repitáis
a nadie lo que habéis dicho de Jesús. Y les dieron una fuerte
suma de dinero.
5. Y los hicieron
acompañar por tres hombres, para que se restituyesen a su país,
y no hiciesen estada alguna en Jerusalén.
6. Y, habiéndose
reunido todos los judíos, se entregaron entre sí a grandes
meditaciones, y dijeron: ¿Qué es lo que ha sobrevenido en
Israel?
7. Y Anás
y Caifás, para consolarlos, replicaron: ¿Es que vamos a creer
a los soldados, que guardaban el sepulcro de Jesús, y que aseguraron
que un ángel abrió su losa? ¿Por ventura no han sido
sus discípulos los que les dieron mucho oro para que hablasen así,
y los dejasen a ellos robar el cuerpo de Jesús? Sabed que no cabe
conceder fe alguna a las palabras de esos extranjeros, porque, habiendo
recibido de nosotros una fuerte suma, hayan por doquiera dicho lo que nosotros
les encargamos que dijesen. Ellos pueden ser infieles a los discípulos
de Jesús lo mismo que a nosotros.
Intervención de Nicodemo en los debates de la Sinagoga. Los judíos mandan llamar a José de Arimatea y oyen las noticias que éste les da
XV 1.
Y Nicodemo se levantó y dijo: Rectamente habláis, hijos de
Israel. Os habéis enterado de lo que han dicho esos tres hombres,
que juraron sobre la ley del Señor haber oído a Jesús
hablar con sus discípulos en el monte de los Olivos, y haberlo visto
subir al cielo. Y la Escritura nos enseña que el bienaventurado
Elías fue transportado al cielo, y que Eliseo, interrogado por los
hijos de los profetas sobre dónde había ido su hermano Elías,
respondió que les había sido arrebatado. Y los hijos de los
profetas le dijeron: Acaso nos lo ha arrebatado el espíritu, y lo
ha depositado sobre las montañas de Israel. Pero elijamos hombres
que vayan con nosotros, y recorramos esas montañas, donde quizá
lo encontremos. Y suplicaron así a Eliseo, que caminó con
ellos tres días, y no encontraron a Elías. Y ahora, escuchadme,
hijos de Israel. Enviemos hombres a las montañas, porque acaso el
espíritu ha arrebatado a Jesús, y quizá lo encontremos,
y haremos penitencia.
2. Y el parecer de
Nicodemo fue del gusto de todo el pueblo, y enviaron hombres, que buscaron
a Jesús, sin encontrarlo, y que, a su vuelta, dijeron: No hemos
hallado a Jesús en ninguno de los lugares que hemos recorrido, pero
hemos hallado a José en la ciudad de Arimatea.
3. Y, al oír
esto, los príncipes y todo el pueblo se regocijaron, y glorificaron
al Dios de Israel de que hubiesen encontrado a José, a quien habían
encerrado en un calabozo, y a quien no habían podido encontrar.
4. Y, reuniéndose en una
gran asamblea, los príncipes de los sacerdotes se preguntaron entre
sí: ¿Cómo podremos traer a José entre nosotros,
y hacerlo hablar?
5. Y tomando
papel, escribieron a José por este tenor: Sea la paz contigo, y
con todos los que están contigo. Sabemos que hemos pecado contra
Dios y contra ti. Dígnate, pues, venir hacia tus padres y tus hijos,
porque tu marcha del calabozo nos ha llenado de sorpresa. Reconocemos que
habíamos concebido contra ti un perverso designio, y que el Señor
te ha protegido, Iibrándote de nuestras malas intenciones. Sea la
paz contigo, José, hombre honorable entre todo el pueblo.
6. Y eligieron
siete hombres, amigos de José, y les dijeron: Cuando lleguéis
a casa de José, dadle el saludo de paz, y entregadle la carta.
7. Y los hombres
llegaron a casa de José, y lo saludaron, y le entregaron la carta.
Y luego que José la hubo leído, exclamó: ¡Bendito
sea el Señor Dios, que ha preservado a Israel de la efusión
de mi sangre! ¡Bendito seas, Dios mío, que me has protegido
con tus alas!
8. Y José
abrazó a los embajadores, y los acogió y regaló en
su domicilio.
9. Y, al día
siguiente, montando en un asno, se puso en camino con ellos, y llegaron
a Jerusalén.
10. Y, cuando
los judíos se enteraron de su llegada, corrieron todos ante él,
gritando y exclamando: ¡Sea la paz a tu llegada, padre José!
Y él repuso: ¡Sea la paz del Señor con todo el pueblo!
11. Y todos
lo abrazaron. Y Nicodemo lo recibió en su casa, acogiéndolo
con gran honor y con gran complacencia.
12. Y, al
siguiente día, que lo era de la fiesta de Preparación, Anás,
Caifás y Nicodemo dijeron a José: Rinde homenaje al Dios
de Israel, y responde a todo lo que te preguntemos. Irritados estábamos
contra ti, porque habías sepultado el cuerpo de Jesús, y
te encerramos en un calabozo, donde no te encontramos, al buscarte, lo
que nos mantuvo en plena sorpresa y en pleno espanto, hasta que hemos vuelto
a verte. Cuéntanos, pues, en presencia de Dios, lo que te ha ocurrido.
13. Y José
contestó: Cuando me encerrasteis, el día de Pascua, mientras
me hallaba en oración a medianoche, la casa quedó como suspendida
en los aires. Y vi a Jesús, brillante como un relámpago,
y, acometido de terror, caí por tierra. Y Jesús, tomándome
por la mano, me elevó por encima del suelo, y un sudor frío
cubría mi frente. Y él, secando mi rostro, me dijo: Nada
temas, José. Mírame y reconóceme, porque soy yo.
14. Y lo miré,
y exclamé, lleno de asombro: ¡Oh Señor Elías!
Y él me dijo: No soy Elías, sino Jesús de Nazareth,
cuyo cuerpo has sepultado.
15. Y yo le
respondí: Muéstrame la tumba en que te deposité. Y
Jesús, tomándome por la mano otra vez, me condujo al lugar
en que lo había sepultado, y me mostró el sudario y el paño
en que había envuelto su cabeza.
16. Entonces
reconocí que era Jesús, y lo adoré, diciendo: ¡Bendito
el que viene en nombre del Señor!
17. Y Jesús,
tomándome por la mano de nuevo, me condujo a mi casa de Arimatea,
y me dijo: Sea la paz contigo, y, durante cuarenta días, no salgas
de tu casa. Yo vuelvo ahora cerca de mis discípulos.
Estupor de los judíos ante las declaraciones de José de Arimatea
XVI 1.
Cuando los sacerdotes y los levitas oyeron tales cosas, quedaron estupefactos
y como muertos. Y, vueltos en sí, exclamaron: ¿Qué
maravilla es la que se ha manifestado en Jerusalén? Porque nosotros
conocemos al padre y a la madre de Jesús.
2. Y cierto
levita explicó: Sé que su padre y su madre eran personas
temerosas del Altísimo, y que estaban siempre en el templo, orando,
y ofreciendo hostias y holocaustos al Dios de Israel. Y, cuando Simeón,
el Gran Sacerdote, lo recibió, dijo, tomándolo en sus brazos:
Ahora, Señor, envía a tu servidor en paz, según tu
palabra, porque mis ojos han visto al Salvador que has preparado para todos
los pueblos, luz que ha de servir para la gloria de tu raza de Israel.
Y aquel mismo Simeón bendijo también a María, madre
de Jesús, y le dijo: Te anuncio, respecto a este niño, que
ha nacido para la ruina y para la resurrección de muchos, y como
signo de contradicción.
3. Entonces
los judíos propusieron: Mandemos a buscar a los tres hombres que
aseguran haberlo visto con sus discípulos en el monte de los Olivos.
4. Y, cuando
así se hizo, y aquellos tres hombres llegaron, y fueron interrogados,
respondieron con unánime voz: Por la vida del Señor, Dios
de Israel, hemos visto manifiestamente a Jesús con sus discípulos
en el monte de las Olivas, y asistido al espectáculo de su subida
al cielo.
5. En vista
de esta declaración, Anás y Caifás tomaron a cada
uno de los testigos aparte, y se informaron de ellos separadamente. Y ellos
insistieron sin contradicción en confesar la verdad, y en aseverar
que habían visto a Jesús.
6. Y Anás
y Caifás pensaron: Nuestra ley preceptúa que, en la boca
de dos o tres testigos, toda palabra es válida. Pero sabemos que
el bienaventurado Enoch, grato a Dios, fue transportado al cielo por la
palabra de Él, y que la tumba del bienaventurado Moisés no
se encontró nunca, y que la muerte del profeta Elías no es
conocida. Jesús, por lo contrario, ha sido entregado a Pilatos,
azotado, abofeteado, coronado de espinas, atravesado por una lanza, crucificado,
muerto sobre el madero, y sepultado. Y el honorable padre José,
que depositó su cadáver en un sepulcro nuevo, atestigua haberlo
visto vivo. Y estos tres hombres certifican haberlo encontrado con sus
discípulos en el monte de los Olivos, y haber asistido al espectáculo
de su subida al cielo.
Descenso de Cristo al Infierno (Descensus Christi ad Inferos)
Nuevas y sensacionales declaracionesde José de Arimatea
XVII 1.
Y José, levantándose, dijo a Anás y a Caifás:
Razón tenéis para admiraros, al saber que Jesús ha
sido visto resucitado y ascendiendo al empíreo. Pero aún
os sorprenderéis más de que no sólo haya resucitado,
sino de que haya sacado del sepulcro a muchos otros muertos, a quienes
gran número de personas han visto en Jerusalén.
2. Y escuchadme
ahora, porque todos sabemos que aquel bienaventurado Gran Sacerdote, que
se llamó Simeón, recibió en sus manos, en el templo,
a Jesús niño. Y Simeón tuvo dos hijos, hermanos de
padre y de madre, y todos hemos presenciado su fallecimiento y asistido
a su entierro. Pues id a ver sus tumbas, y las hallaréis abiertas,
porque los hijos de Simeón se hallan en la villa de Arimatea, viviendo
en oración. A veces se oyen sus gritos, mas no hablan a nadie, y
permanecen silenciosos como muertos. Vayamos hacia ellos, y tratémoslos
con la mayor amabilidad. Y, si con suave insistencia los interrogamos,
quizá nos hablen del misterio de la resurrección de Jesús.
3. A cuyas
palabras todos se regocijaron, y Anás, Caifás, Nicodemo,
José y Gamaliel, yendo a los sepulcros, no encontraron a los muertos,
pero, yendo a Arimatea, los encontraron arrodillados allí.
4. Y los abrazaron
con sumo respeto y en el temor de Dios, y los condujeron a la Sinagoga
de Jerusalén.
5. Y, no bien
las puertas se cerraron, tomaron el libro santo, lo pusieron en sus manos,
y los conjuraron por el Dios Adonaí,
Señor de Israel,
que ha hablado por la Ley y por los profetas, diciendo: Si sabéis
quién es el que os ha resucitado de entre los muertos, decidnos
cómo habéis sido resucitados.
6. Al oír
esta adjuración, Carino y Leucio sintieron estremecerse sus cuerpos,
y, temblorosos y emocionados, gimieron desde el fondo de su corazon.
7. Y, mirando
al cielo, hicieron con su dedo la señal de la cruz sobre su lengua.
8. Y, en seguida,
hablaron, diciendo: Dadnos resmas de papel, a fin de que escribamos lo
que hemos visto y oído.
9. Y, habiéndoselas
dado, se sentaron, y cada uno de ellos escribió lo que sigue.
Carino y Leucio comienzan su relato
XVIII 1.
Jesucristo, Señor Dios, vida y resurrección de muertos, permítenos
enunciar los misterios por la muerte de tu cruz, puesto que hemos sido
conjurados por ti.
2. Tú
has ordenado no referir a nadie los secretos de tu majestad divina, tales
como los has manifestado en los infiernos.
3. Cuando
estábamos con nuestros padres, colocados en el fondo de las tinieblas,
un brillo real nos iluminó de súbito, y nos vimos envueltos
por un resplandor dorado como el del sol.
4. Y, al contemplar
esto, Adán, el padre de todo el género humano, estalló
de gozo, así como todos los patriarcas y todos los profetas, los
cuales clamaron a una: Esta luz es el autor mismo de la luz, que nos ha
prometido transmitirnos una luz que no tendrá ni desmayos ni término.
Isaías con/irma uno de sus vaticinios
XIX 1.
Y el profeta Isaías exclamó: Es la luz del Padre, el Hijo
de Dios, como yo predije, estando en tierras de vivos: en la tierra de
Zabulón y en la tierra de Nephtalim. Más allá del
Jordán, el pueblo que estaba sentado en las tinieblas, vería
una gran luz, y esta luz brillaría sobre los que estaban en la región
de la muerte. Y ahora ha llegado, y ha brillado para nosotros, que en la
muerte estábamos.
2. Y, como
sintiésemos inmenso júbilo ante la luz que nos había
esclarecido, Simeón, nuestro padre, se aproximó a nosotros,
y, lleno de alegría, dijo a todos: Glorificad al Señor Jesucristo,
que es el Hijo de Dios, porque yo lo tuve recién nacido en mis manos
en el templo e, inspirado por el Espíritu Santo, lo glorifiqué
y dije: Mis ojos han visto ahora la salud que has preparado en presencia
de todos los pueblos, la luz para la revelación de las naciones,
y la gloria de tu pueblo de Israel.
3. Al oír
tales cosas, toda la multitud de los santos se alborozó en gran
manera.
4. Y, en seguida,
sobrevino un hombre, que parecía un ermitaño. Y, como todos
le preguntasen quién era, respondió: Soy Juan, el oráculo
y el profeta del Altísimo, el que precedió a su advenimiento
al mundo, a fin de preparar sus caminos, y de dar la ciencia de la salvación
a su pueblo para la remisión de los pecados. Y, viéndolo
llegar hacia mí, me sentí poseído por el Espíritu
Santo, y le dije: He aquí el Cordero de Dios, que quita los pecados
del mundo. Y lo bauticé en el río del Jordán, y vi
al Espíritu Santo descender sobre él bajo la figura de una
paloma. Y oí una voz de los cielos, que decía: Éste
es mi Hijo amado, en quien tengo todas mis complacencias, y a quien debéis
escuchar. Y ahora, después de haber precedido a su advenimiento,
he descendido hasta vosotros, para anunciaros que, dentro de poco, el mismo
Hijo de Dios, levantándose de lo alto, vendrá a visitarnos,
a nosotros, que estamos sentados en las tinieblas y en las sombras de la
muerte.
La profecía hecha por el arcángel Miguel a Seth
XX 1.
Y, cuando el padre Adán, el primer formado, oyó lo que Juan
dijo de haber sido Jesús bautizado en el Jordán, exclamó,
hablando a su hijo Seth: Cuenta a tus hijos, los patriarcas y los profetas,
todo lo que oíste del arcángel Miguel, cuando, estando yo
enfermo, te envié a las puertas del Paraíso, para que el
Señor permitiese que su ángel diera aceite del árbol
de la misericordia, que ungiese mi cuerpo.
2. Entonces
Seth, aproximándose a los patriarcas y a los profetas, expuso: Me
hallaba yo, Seth, en oración delante del Señor, a las puertas
del Paraíso, y he aquí que Miguel, el numen de Dios, me apareció,
y me dijo: He sido enviado a ti por el Señor, y presido sobre el
cuerpo humano. Y te declaro, Seth, que es inútil pidas y ruegues
con lágrimas el aceite del árbol de la misericordia, para
ungir a tu padre Adán, y para que cesen los sufrimientos de su cuerpo.
Porque de ningún modo podrás recibir ese aceite hasta los
días postrimeros, cuando se hayan cumplido cinco mil años.
Entonces, el Hijo de Dios, lleno de amor, vendrá a la tierra, y
resucitará el cuerpo de Adán, y al mismo tiempo resucitará
los cuerpos de los muertos. Y, a su venida, será bautizado en el
Jordán, y, una vez haya salido del agua, ungirá con el aceite
de su misericordia a todos los que crean en él, y el aceite de su
misericordia será para los que deban nacer del agua y del Espíritu
Santo para la vida eterna. Entonces Jesucristo, el Hijo de Dios, lleno
de amor, y descendido a la tierra, introducirá a tu padre Adán
en el Paraíso y lo pondrá junto al árbol de la misericordia.
3. Y, al oír
lo que decía Seth, todos los patriarcas y todos los profetas se
henchieron de dicha.
Discusión entre Satanás y la Furia en los infiernos
XXI 1.
Y, mientras todos los padres antiguos se regocijaban, he aquí que
Satanás, príncipe y jefe de la muerte, dijo a la Furia: prepárate
a recibir a Jesús, que se vanagloria de ser el Cristo y el Hijo
de Dios, y que es un hombre temerosísimo de la muerte, puesto que
yo mismo lo he oído decir: Mi alma está triste hasta la muerte.
Y entonces comprendí que tenía miedo de la cruz.
2. Y añadió:
Hermano, aprestémonos, tanto tú como yo, para el mal día.
Fortifiquemos este lugar, para poder retener aquí prisionero al
llamado Jesús que, al decir de Juan y de los profetas, debe venir
a expulsarnos de aquí. Porque ese hombre me ha causado muchos males
en la tierra, oponiéndose a mí en muchas cosas, y despojándome
de multitud de recursos. A los que yo había matado, él les
devolvió la vida. Aquellos a quienes yo había desarticulado
los miembros, él los enderezó por su sola palabra, y les
ordenó que llevasen su lecho sobre los hombros. Hubo otros que yo
había visto ciegos y privados de la luz, y por cuya cuenta me regocijaba,
al verlos quebrarse la cabeza contra los muros, y arrojarse al agua, y
caer, al tropezar en los atascaderos, y he aquí que este hombre,
venido de no sé dónde, y, haciendo todo lo contrario de lo
que yo hacía, les devolvía la vista por sus palabras. Ordenó
a un ciego de nacimiento que lavase sus ojos con agua y con barro en la
fuente de Siloé, y aquel ciego recobró la vista. Y, no sabiendo
a qué otro lugar retirarme, tomé conmigo a mis servidores,
y me alejé de Jesús. Y, habiendo encontrado a un joven, entré
en él, y moré en su cuerpo. Ignoro cómo Jesús
lo supo, pero es lo cierto que llegó adonde yo estaba, y me intimó
la orden de salir. Y, habiendo salido, y no sabiendo dónde entrar,
le pedí permiso para meterme en unos puercos, lo que hice, y los
estrangulé.
3. Y la Furia,
respondiendo a Satanás, dijo: ¿Quién es ese príncipe
tan poderoso y que, sin embargo, teme la muerte? Porque todos los poderosos
de la tierra quedan sujetos a mi poder desde el momento en que tú
me los traes sometidos por el tuyo. Si, pues, tú eres tan poderoso,
¿quién es ese Jesús que, temiendo la muerte, se opone
a ti? Si hasta tal punto es poderoso en su humanidad, en verdad te digo
que es todopoderoso en su divinidad, y que nadie podrá resistir
a su poder. Y, cuando dijo que temía la muerte, quiso engañarte,
y constituirá tu desgracia en los siglos eternos.
4. Pero Satanás,
el príncipe de la muerte, respondió y dijo: ¿Por qué
vacilas en aprisionar a ese Jesús, adversario de ti tanto como de
mí? Porque yo lo he tentado, y he excitado contra él a mi
antiguo pueblo judío, excitando el odio y la cólera de éste.
Y he aguzado la lanza de la persecución. Y he hecho preparar madera
para crucificarlo, y clavos para atravesar sus manos y sus pies. Y le he
dado a beber hiel mezclada con vinagre. Y su muerte está próxima,
y te lo traeré sujeto a ti y a mi.
5. Y la Furia
respondió, y dijo: Me has informado de que él es quien me
ha arrancado los muertos. Muchos están aquí, que retengo,
y, sin embargo, mientras vivían sobre la tierra, muchos me han arrebatado
muertos, no por su propio poder, sino por las plegarias que dirigieron
a su Dios todopoderoso, que fue quien verdaderamente me los llevó.
¿Quién es, pues, ese Jesús, que por su palabra, me
ha arrancado muertos? ¿Es quizá el que ha vuelto a la vida,
por su palabra imperiosa, a Lázaro, fallecido hacía cuatro
días, lleno de podredumbre y en disolución, y a quien yo
retenía como difunto?
6. Y Satanás,
el príncipe de la muerte, respondió y dijo: Ese mismo Jesús
es.
7. Y, al oírlo,
la Furia repuso: Yo te conjuro, por tu poder y por el mío, que no
lo traigas hacia mí. Porque, cuando me enteré de la fuerza
de su palabra, temblé, me espanté y, al mismo tiempo, todos
mis ministros impíos quedaron tan turbados como yo. No pudimos retener
a Lázaro, el cual, con toda la agilidad y con toda la velocidad
del águila, salió de entre nosotros, y esta misma tierra
que retenía su cuerpo privado de vida se la devolvió. Por
donde ahora sé que ese hombre, que ha podido cumplir cosas tales,
es el Dios fuerte en su imperio, y poderoso en la humanidad, y Salvador
de ésta, y, si le traes hacia mí, libertará a todos
los que aquí retengo en el rigor de la prisión, y encadenados
por los lazos no rotos de sus pecados y, por virtud de su divinidad, los
conducirá a la vida que debe durar tanto como la eternidad.
Entrada triunfal de Jesús en los infiernos
XXII 1.
Y, mientras Satanás y la Furia así hablaban, se oyó
una voz como un trueno, que decía: Abrid vuestras puertas, vosotros,
príncipes. Abríos, puertas eternas, que el Rey de la Gloria
quiere entrar.
2. Y la Furia,
oyendo la voz, dijo a Satanás: Anda, sal, y pelea contra él.
Y Satanás salió.
3. Entonces
la Furia dijo a sus demonios: Cerrad las grandes puertas de bronce, cerrad
los grandes cerrojos de hierro, cerrad con llave las grandes cerraduras,
y poneos todos de centinela, porque, si este hombre entra, estamos todos
perdidos.
4. Y, oyendo
estas grandes voces, los santos antiguos exclamaron: Devoradora e insaciable
Furia, abre al Rey de la Gloria, al hijo de David, al profetizado por Moisés
y por Isaías.
5. Y otra
vez se oyó la voz de trueno que decía: Abrid vuestras puertas
eternas, que el Rey de la Gloria quiere entrar.
6. Y la Furia
gritó, rabiosa: ¿Quién es el Rey de la Gloria? Y los
ángeles de Dios contestaron: El Señor poderoso y vencedor.
7. Y, en el
acto, las grandes puertas de bronce volaron en mil pedazos, y los que la
muerte había tenido encadenados se levantaron.
8. Y el Rey
de la Gloria entró en figura de hombre, y todas las cuevas de la
Furia quedaron iluminadas.
9. Y rompió
los lazos, que hasta entonces no habían sido quebrantados, y el
socorro de una virtud invencible nos visitó, a nosotros, que estábamos
sentados en las profundidades de las tinieblas de nuestras faltas y en
la sombra de la muerte de nuestros pecados.
Espanto de las potestades infernalesante la presencia de Jesús
XXIII 1.
Al ver aquello, los dos príncipes de la muerte y del infierno, sus
impíos oficiales y sus crueles ministros quedaron sobrecogidos de
espanto en sus propios reinos, cual si no pudiesen resistir la deslumbradora
claridad de tan viva luz, y la presencia del Cristo, establecido de súbito
en sus moradas.
2. Y exclamaron
con rabia impotente: Nos has vencido. ¿Quién eres tú,
a quien el Señor envía para nuestra confusión? ¿Quién
eres tú, tan pequeño y tan grande, tan humilde y tan elevado,
soldado y general, combatiente admirable bajo la forma de un esclavo, Rey
de la Gloria muerto en una cruz y vivo, puesto que desde tu sepulcro has
descendido hasta nosotros? ¿Quién eres tú, en cuya
muerte ha temblado toda criatura, y han sido conmovidos todos los astros,
y que ahora permaneces libre entre los muertos, y turbas a nuestras legiones?
¿Quién eres tú, que redimes a los cautivos, y que
inundas de luz brillante a los que están ciegos por las tinieblas
de sus pecados?
3. Y todas
las legiones de los demonios, sobrecogidos por igual terror, gritaban en
el mismo tono, con sumisión temerosa y con voz unánime, diciendo:
¿De dónde eres, Jesús, hombre tan potente, tan luminoso,
de majestad tan alta, libre de tacha y puro de crimen? Porque este mundo
terrestre que hasta el día nos ha estado siempre sometido, y que
nos pagaba tributos por nuestros usos abominables, jamás nos ha
enviado un muerto tal como tú, ni destinado semejantes presentes
a los infiernos. ¿Quién, pues, eres tú, que has franqueado
sin temor las fronteras de nuestros dominios, y que no solamente no temes
nuestros suplicios infernales, sino que pretendes librar a los que retenemos
en nuestras cadenas? Quizá eres ese Jesús, de quien Satanás,
nuestro príncipe, decía que, por su suplicio en la cruz,
recibiría un poder sin límites sobre el mundo entero.
4. Entonces
el Rey de la Gloria, aplastando en su majestad a la muerte bajo sus pies,
y tomando a nuestro primer padre, privó a la Furia de todo su poder
y atrajo a Adán a la claridad de su luz.
Imprecaciones acusadoras de la Furiacontra Satanás
XXIV 1.
Y la Furia, bramando, aullando y abrumando a Satanás con violentos
reproches, le dijo: Belzebú, príncipe de condenación,
jefe de destrucción, irrisión de los ángeles de Dios,
¿qué has querido hacer? ¿Has querido crucificar al
Rey de la Gloria, sobre cuya ruina y sobre cuya muerte nos habías
prometido tan grandes despojos? ¿Ignoras cuán locamente has
obrado? Porque he aquí que este Jesús disipa, por el resplandor
de su divinidad, todas las tinieblas de la muerte. Ha atravesado las profundidades
de las más sólidas prisiones, libertando a los cautivos,
y rompiendo los hierros de los encadenados. Y he aquí que todos
los que gemían bajo nuestros tormentos nos insultan, y nos acribillan
con sus imprecaciones. Nuestros imperios y nuestros reinos han quedado
vencidos, y no sólo no inspiramos ya terror a la raza humana, sino
que, al contrario, nos amenazan y nos injurian aquellos que, muertos, jamás
habían podido mostrar soberbia ante nosotros, ni jamás habían
podido experimentar un momento de alegría durante su cautividad.
Príncipe de todos los males y padre de los rebeldes e impíos,
¿qué has querido hacer? Los que, desde el comienzo del mundo
hasta el presente, habían desesperado de su vida y de su salvación
no dejan oír ya sus gemidos. No resuena ninguna de sus quejas clamorosas,
ni se advierte el menor vestigio de lágrimas sobre la faz de ninguno
de ellos. Rey inmundo, poseedor de las llaves de los infiernos, has perdido
por la cruz las riquezas que habías adquirido por la prevaricación
y por la pérdida del Paraíso. Toda tu dicha se ha disipado
y, al poner en la cruz a ese Cristo, Jesús, Rey de la Gloria, has
obrado contra ti y contra mí. Sabe para en adelante cuántos
tormentos eternos y cuántos suplicios infinitos te están
reservados bajo mi guarda, que no conoce término. Luzbel, monarca
de todos los perversos, autor de la muerte y fuente del orgullo, antes
que nada hubieras debido buscar un reproche justiciero que dirigir a Jesús.
Y, si no encontrabas en él falta alguna, ¿por qué,
sin razón, has osado crucificarlo injustamente, y traer a nuestra
región al inocente y al justo, tú, que has perdido a los
malos, a los impíos y a los injustos del mundo entero?
2. Y, cuando
la Furia acabó de hablar así a Satanás, el Rey de
la Gloria dijo a la primera: El príncipe Satanás quedará
bajo tu potestad por los siglos de los siglos, en lugar de Adán
y de sus hijos, que me son justos.
Jesús toma a Adán baj.o su protección y los antiguos profetas cantan su triunfo
XXV 1.
Y el Señor extendió su mano, y dijo: Venid a mí, todos
mis santos, hechos a mi imagen y a mi semejanza. Vosotros, que habéis
sido condenados por el madero, por el diablo y por la muerte, veréis
a la muerte y al diablo condenados por el madero.
2. Y, en seguida,
todos los santos se reunieron bajo la mano del Señor. Y el Señor,
tomando la de Adán, le dijo: Paz a ti y a todos tus hijos, mis justos.
3. Y Adán,
vertiendo lágrimas, se prosternó a los pies del Señor,
y dijo en voz alta: Señor, te glorificaré, porque me has
acogido, y no has permitido que mis enemigos triunfasen sobre mí
para siempre. Hacia ti clamé, y me has curado, Señor. Has
sacado mi alma de los infiernos, y me has salvado, no dejándome
con los que descienden al abismo. Cantad las alabanzas del Señor,
todos los que sois santos, y confesad su santidad. Porque la cólera
está en su indignación, y en su voluntad está la vida.
4. Y asimismo
todos los santos de Dios se prosternaron a los pies del Señor, y
dijeron con voz unánime: Has llegado, al fin, Redentor del mundo,
y has cumplido lo que habías predicho por la ley y por tus profetas.
Has rescatado a los vivos por tu cruz, y, por la muerte en la cruz, has
descendido hasta nosotros, para arrancarnos del infierno y de la muerte,
por tu majestad. Y, así como has colocado el título de tu
gloria en el cielo, y has elevado el signo de la redención, tu cruz,
sobre la tierra, de igual modo, Señor, coloca en el infierno el
signo de la victoria de tu cruz, a fin de que la muerte no domine más.
5. Y el Señor,
extendiendo su mano, hizo la señal de la cruz sobre Adán
y sobre todos sus santos. Y, tomando la mano derecha de Adán, se
levantó de los infiernos, y todos los santos lo siguieron.
6. Entonces
el profeta David exclamó con enérgico tono: Cantad al Señor
un cántico nuevo, porque ha hecho cosas admirables. Su mano derecha
y su brazo nos han salvado. El Señor ha hecho conocer su salud,
y ha revelado su justicia en presencia de todas las naciones.
7. Y toda
la multitud de los santos respondió, diciendo: Esta gloria es para
todos los santos. Así sea. Alabad a Dios.
8. Y entonces
el profeta Habacuc exclamó, diciendo: Has venido para la salvación
de tu pueblo, y para la liberación de tus elegidos.
9. Y todos
los santos respondieron, diciendo: Bendito el que viene en nombre del Señor,
y nos ilumina.
10. Igualmente
el profeta Miqueas exclamé, diciendo: ¿Qué Dios hay
como tú, Señor, que desvaneces las iniquidades, y que borras
los pecados? Y ahora contienes el testimonio de tu cólera. Y te
inclinas más a la misericordia. Has tenido piedad de nosotros, y
nos has absuelto de nuestros pecados, y has sumido todas nuestras iniquidades
en el abismo de la muerte, según que habías jurado a nuestros
padres en los días antiguos.
11. Y todos
los santos respondieron, diciendo: Es nuestro Dios para siempre, por los
siglos de los siglos, y durante todos ellos nos regirá. Así
sea. Alabad a Dios.
12. Y los
demás profetas recitaron también pasajes de sus viejos cánticos,
consagrados a alabar a Dios. Y todos los santos hicieron lo mismo.
Llegada de los santos antiguos al Paraíso y su encuentro con Enoch y con Elías
XXVI 1.
Y el Señor, tomando a Adán por la mano, lo puso en las del
arcángel Miguel, al cual siguieron asimismo todos los santos.
2. Y los introdujo
a todos en la gracia gloriosa del Paraíso, y dos hombres, en gran
manera ancianos, se presentaron ante ellos.
3. Y los santos
los interrogaron, diciendo: ¿Quiénes sois vosotros, que no
habéis estado en los infiernos con nosotros, y que habéis
sido traídos corporalmente al Paraíso?
4. Y uno de
ellos repuso: Yo soy Enoch, que he sido transportado aquí por orden
del Señor. Y el que está conmigo es Elías, el Tesbita,
que fue arrebatado por un carro de fuego. Hasta hoy no hemos gustado la
muerte, pero estamos reservados para el advenimiento del Anticristo, armados
con enseñas divinas, y pródigamente preparados para combatir
contra él, para darle muerte en Jerusalén, y para, al cabo
de tres días y medio, ser de nuevo elevados vivos en las nubes.
Llegada del buen ladrón al Paraíso
XXVII 1.
Y mientras Enoch y Elías así hablaban, he aquí que
sobrevino un hombre muy miserable, que llevaba sobre sus espaldas el signo
de la cruz.
2. Y, al verlo,
todos los santos le preguntaron: ¿Quién eres? Tu aspecto
es el de un ladrón. ¿De dónde vienes, que llevas el
signo de la cruz sobre tus espaldas?
3. Y él,
respondiéndoles, dijo: Con verdad habláis, porque yo he sido
un ladrón, y he cometido crímenes en la tierra. Y los judíos
me crucificaron con Jesús, y vi las maravillas que se realizaron
por la cruz de mi compañero, y creí que es el Creador de
todas las criaturas, y el rey todopoderoso, y le rogué, exclamando:
Señor, acuérdate de mí, cuando estés en tu
reino. Y, acto seguido, accediendo a mi súplica, contestó:
En verdad te digo que hoy serás conmigo en el Paraíso. Y
me dio este signo de la cruz, advirtiéndome: Entra en el Paraíso
llevando esto, y, si su ángel guardián no quiere dejarte
entrar, muéstrale el signo de la cruz, y dile: Es Jesucristo, el
hijo de Dios, que está crucificado ahora, quien me ha enviado a
ti. Y repetí estas cosas al ángel guardián, que, al
oírmelas, me abrió presto, me hizo entrar, y me colocó
a la derecha del Paraíso, diciendo: Espera un poco, que pronto Adán,
el padre de todo el género humano, entrará con todos sus
hijos, los santos y los justos del Cristo, el Señor crucificado.
4. Y, cuando
hubieron escuchado estas palabras del ladrón, todos los patriarcas,
con voz unánime, clamaron: Bendito sea el Señor todopoderoso,
padre de las misericordias y de los bienes eternos, que ha concedido tal
gracia a los pecadores, y que los ha introducido en la gloria del Paraíso,
y en los campos fértiles en que reside la verdadera vida espiritual.
Así sea.
Carino y Leucio concluyen su relato
XXVIII 1.
Tales son los misterios divinos y sagrados que oímos y vivimos,
nosotros, Carino y Leucio.
2. Mas no
nos está permitido proseguir, y contar los demás misterios
de Dios, como el arcángel Miguel los declaró altamente, diciéndonos:
Id con vuestros hermanos a Jerusalén, y permaneced en oración,
bendiciendo y glorificando la resurrección del Señor Jesucristo,
vosotros a quienes él ha resucitado de entre los muertos. No habléis
con ningún nacido, y permaneced como mudos, hasta que llegue la
hora en que el Señor os permita referir los misterios de su divinidad.
3. Y el arcángel
Miguel nos ordenó ir más allá del Jordán, donde
están varios, que han resucitado con nosotros en testimonio de la
resurrección del Cristo. Porque hace tres días solamente
que se nos permite, a los que hemos resucitado de entre los muertos, celebrar
en Jerusalén la Pascua del Señor con nuestros parientes,
en testimonio de la resurrección del Cristo, y hemos sido bautizados
en el santo río del Jordán, recibiendo todos ropas blancas.
4. Y, después
de los tres días de la celebración de la Pascua, todos los
que habían resucitado con nosotros fueron arrebatados por nubes.
Y, conducidos más allá del Jordán, no han sido vistos
por nadie.
5. Estas son
las cosas que el Señor nos ha ordenado referiros. Alabadlo, confesadlo
y haced penitencia, a fin de que os trate con piedad. Paz a vosotros en
el Señor Dios Jesucristo, Salvador de todos los hombres. Amén.
6. Y, no bien
hubieron terminado de escribir todas estas cosas sobre resmas separadas
de papel, se levantaron. Y Carino puso lo que había escrito en manos
de Anás, de Caifás y de Gamaliel. E igualmente Leucio dio
su manuscrito a José y a Nicodemo.
7. Y, de súbito,
quedaron transfigurados, y aparecieron cubiertos de vestidos de una blancura
deslumbradora, y no se los vio más.
8. Y se encontró
ser sus escritos exactamente iguales en extensión y en dicción,
sin que hubiese entre ellos una letra de diferencia.
9. Y toda
la Sinagoga quedó en extremo sorprendida, al ter aquellos discursos
admirables de Carino y de Leucio. Y los judíos se decían
los unos a los otros: Verdaderamente es Dios quien ha hecho todas estas
cosas, y bendito sea el Señor Jesús por los siglos de los
siglos. Amén.
10. Y salieron
todos de la Sinagoga con gran inquietud, temor y temblor, dándose
golpes de pecho, y cada cual se retiró a su casa.
11. Y José
y Nicodemo contaron todo lo ocurrido al gobernador, y Pilato escribió
cuanto los judíos habían dicho tocante a Jesús, y
puso todas aquellas palabras en los registros públicos de su Pretorio.
Pilatos en el templo
XXIX 1.
Después de esto, Pilatos, habiendo entrado en el templo de los judíos,
congregó a todos los príncipes de los sacerdotes, a los escribas
y a los doctores de la ley.
2. Y penetró
con ellos en el santuario, y ordenó que se cerrasen todas las puertas,
y les dijo: He sabido que poseéis en este templo una gran colección
de libros, y os mando que me los mostréis.
3. Y, cuando
cuatro de los ministros del templo hubieron aportado aquellos libros adornados
con oro y con piedras preciosas, Pilatos dijo a todos: Por el Dios vuestro
Padre, que ha hecho y ordenado que este templo fuera construido, os conjuro
a que no me ocultéis la verdad. Sabéis todos vosotros lo
que en estos libros está escrito. Pues ahora manifestadme si encontráis
en las Escrituras que ese Jesús, a quien habéis crucificado,
es el Hijo de Dios, que debía venir para la salvación del
género humano, y explicadme cuántos años debían
transcurrir hasta su venida.
4. Así
apretados por el gobernador, Anás y Caifás hicieron salir
de allí a los demás, que estaban con ellos, y ellos mismos
cerraron todas las puertas del templo y del santuario, y dijeron a Pilatos:
Nos pides, invocando la edificación del templo, que te manifestemos
la verdad, y que te demos razón de los misterios. Ahora bien: luego
que hubimos crucificado a Jesús, ignorando que era el Hijo de Dios,
y pensando que hacía milagros por arte de encantamiento, celebramos
una gran asamblea en este mismo lugar. Y, consultando entre nosotros sobre
las maravillas que había realizado Jesús, hemos encontrado
muchos testigos de nuestra raza, que nos han asegurado haberlo visto vivo
después de la pasión de su muerte. Hasta hemos hallado dos
testigos de que Jesús había resucitado cuerpos de muertos.
Y hemos tenido en nuestras manos el relato por escrito de los grandes prodigios
cumplidos por Jesús entre esos difuntos. Y es nuestra costumbre
que cada año, al abrir los libros sagrados ante nuestra Sinagoga,
busquemos el testimonio de Dios. Y, en el primer libro de los Setenta,
donde el arcángel Miguel habla al tercer hijo de Adán, encontramos
mención de los cinco mil años que debían transcurrir
hasta que descendiese del cielo el Cristo, el Hijo bien amado de Dios,
y consideramos que el Señor de Israel dijo a Moisés: Haz
un arca de alianza de dos codos y medio de largo, de codo y medio de alto,
y de codo y medio de ancho. En estos cinco codos y medio hemos comprendido
y adivinado el simbolismo de la fábrica del arca del Antiguo Testamento,
simbolismo significativo de que, al cabo de cinco millares y medio de años,
Jesucristo debía venir al mundo en el arca de su cuerpo, y de que,
conforme al testimonio de nuestras Escrituras, es el Hijo de Dios y el
Señor de Israel. Porque, después de su pasión, nosotros,
príncipes de los sacerdotes, presa de asombro ante los milagros
que se operaron a causa de él, hemos abierto estos libros, y examinado
todas las generaciones hasta la generación de José y de María,
madre de Jesús. Y, pensando que era de la raza de David, hemos encontrado
lo que ha cumplido el Señor. Y, desde que creó el cielo,
la tierra y el hombre, hasta el diluvio, transcurrieron dos mil doscientos
doce años. Y, desde el diluvio hasta Abraham, novecientos doce años.
Y, desde Abraham hasta Moisés, cuatrocientos treinta años.
Y, desde Moisés hasta David, quinientos diez años. Y, desde
David hasta la cautividad de Babilonia, quinientos años. Y, desde
la cautividad de Babilonia hasta la encarnación de Jesucristo, cuatrocientos
años. Los cuales forman en conjunto cinco millares y medio de años.
Y así resulta que Jesús, a quien hemos crucificado, es el
verdadero Cristo, hijo del Dios omnipotente.
Primera carta de Pilatos a Tiberio
Carta de Pilatos al emperador
XXX 1.
Poncio Pilatos a Claudio Tiberio César, salud.
2. Por este
escrito mío sabrás que sobre Jerusalén han recaído
maravillas tales como jamás se vieran.
3. Los judíos,
por envidia a un profeta suyo, llamado Jesús, lo han condenado y
castigado cruelísimamente, a pesar de ser un varón piadoso
y sincero, a quien sus discípulos tenían por Dios.
4. Lo había
dado a luz una virgen, y las tradiciones judías habían vaticinado
que sería rey de su pueblo.
5. Devolvía
la vista a los ciegos, limpiaba a los leprosos, hacía andar a los
paralíticos, expulsaba a los demonios del interior de los posesos,
resucitaba a los muertos, imperaba sobre los vientos y sobre las tempestades,
caminaba por encima de las ondas del mar, y realizaba tantas y tales maravillas
que, aunque el pueblo lo llamaba Hijo de Dios, los príncipes de
los judíos, envidiosos de su poder, lo prendieron, me lo entregaron,
y, para perderlo, mintieron ante mí, diciéndome que era un
mago, que violaba el sábado, y que obraba contra su ley.
6. Y yo, mal
informado y peor aconsejado, les creí, hice azotar a Jesús
y lo dejé a su discreción.
7. Y ellos
lo crucificaron, lo sepultaron, y pusieron en su tumba, para custodiarlo,
soldados que me pidieron.
8. Empero,
al tercer día resucitó, escapando a la muerte.
9. Y, al conocer
prodigio tamaño, los príncipes de los judíos dieron
dinero a los guardias, advirtiéndole: Decid que sus discípulos
vinieron al sepulcro, y robaron su cuerpo.
10. Mas, no
bien hubieron recibido el dinero, los guardias no pudieron ocultar mucho
tiempo la verdad, y me la revelaron.
11. Y yo te
la transmito, para que abiertamente la conozcas, y para que no ignores
que los príncipes de los judíos han mentido.
Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco